Un día en México

Recuerdo ese día claramente. Todavía estábamos en México, y Marion insistió en que hiciéramos un recorrido por la ciudad. No estaba de humor para hacer turismo. Las amenazas, el estrés, todo pesaba sobre mí. Pero Marion estaba decidido. No dejaba de decir que la ciudad tenía un encanto propio y que necesitaba un descanso de todas las preocupaciones.

—Selena, debes venir conmigo hoy —dijo Marion una mañana brillante mientras estábamos sentados en nuestra pequeña habitación de hotel. Sus ojos brillaban de emoción, y su voz era cálida y persuasiva—. Te prometo que valdrá la pena. Verás la verdadera belleza de esta ciudad, e incluso podrías disfrutarlo.

Fruncí el ceño y crucé los brazos. —No sé, Marion. Siento que tengo demasiadas cosas en la cabeza. No estoy segura de querer estar por ahí. —Mi voz era suave, pero podía sentir mi corazón aún pesado por todo lo que había sucedido.