Me senté en mi despacho desordenado mientras la lluvia golpeaba suavemente contra la ventana, la luz gris del exterior coincidiendo con mi estado de ánimo. Mis ojos estaban fijos en la pantalla del ordenador donde el rastreador del teléfono de Richard había revelado algo inesperado: un nombre, Zeina Delgado. Me froté los ojos, intentando sacudirme la conmoción. Richard nunca la había mencionado y, sin embargo, los datos eran claros. Mi mente se llenó de preguntas. ¿Quién era Zeina Delgado y por qué su nombre estaba vinculado al teléfono de Richard?
Justo entonces, Kilian entró. Era tranquilo y comedido, el tipo de hombre que siempre parecía tener una respuesta incluso en el caos.
—Gonzalo —dijo, asintiendo mientras cerraba la puerta tras él—, tengo las últimas actualizaciones sobre el teléfono.
Le indiqué que se sentara frente a mí en la mesa de madera marcada. La lluvia, el suave zumbido de la calefacción y el tictac de un viejo reloj creaban un ambiente tranquilo pero tenso.