La oscuridad arremolinaba alrededor de Elara como sombras hambrientas. El veneno ardía a través de sus venas, convirtiendo su sangre en fuego. Podía escuchar a Kael y Ronan discutiendo, sus voces desvaneciéndose mientras ella se hundía más profundamente en el vacío.
Entonces un nuevo sonido atravesó todo—una nota alta y escalofriante del silbato de hueso de Ronan. Vibraba en sus huesos, llamando a algo ancestral dentro de ella.
—¿Funcionará? —la voz de Kael parecía lejana.
—Tiene que hacerlo —respondió Ronan—. Está muriendo.
Elara intentó hablar, pero sus labios no se movían. El veneno había alcanzado su corazón, cada latido más lento que el anterior.
De repente, la oscuridad cambió. Elara se encontró de pie en un hermoso jardín que nunca había visto antes. Flores de Luna florecían por todas partes, sus pétalos plateados brillando suavemente.
—Hola, pequeña hija de la Luna.