Capítulo 1: El crujido del Este

Polonia Occidental, 1 de septiembre de 1939.

La orden llegó sin ceremonia, sin discursos. Una voz firme en la radio, con acento berlinés:

—Todas las unidades: iniciar avance hacia Mokra. Repetimos, iniciar avance. Blitzkrieg en ejecución.

Falk bajó la cabeza brevemente, como si sellara un acuerdo consigo mismo. Luego alzó la mirada y dijo:

—Lukas, adelante. Columna de avance, intervalo de quince segundos entre carros. Helmut, mantente en canal táctico. Ernst, seguro y cargado.

El suelo ya no era de adoquines ni de piedra imperial. Ahora era tierra negra, empapada por el rocío y las ruedas de decenas de Panzer que avanzaban sin ceremonias. No había flores, ni niñas en los bordes del camino. Sólo maíz aplastado y huellas recientes de retirada.

Lukas se pasó la mano por el cuello, sudoroso, pese a la mañana fría. Miraba por la escotilla entreabierta, con los ojos clavados en el horizonte sin edificios.

—Me gustaba más cuando la gente nos aplaudía —murmuró.

Konrad no respondió. Revisaba su mira con una precisión casi ritual. Sus manos parecían de piedra, pero sus ojos delataban algo más. Algo que no había sentido en Austria ni en Checoslovaquia.

—Es guerra de verdad, esta vez —dijo finalmente—. A los de enfrente les importa una mierda el uniforme. Van a disparar igual.

En la radio, Helmut pasaba de canal en canal. Varios oficiales informaban que el avance hacia Mokra era fluido. Que los polacos retrocedían.

—"Avance sin resistencia significativa", —leyó en voz alta—. Me da miedo cuando hablan demasiado pronto.

Falk estaba de pie, con la escotilla abierta, mirando el avance de la columna. La luz de la mañana daba en su rostro tranquilo, pero sus nudillos estaban blancos de tensión.

Fue entonces cuando sonó el primer disparo. No fue un tiro al aire. Fue un cañonazo seco que partió un Panzer III como si fuera de hojalata.

Explosión tras explosión. Desde una arboleda a la derecha salía fuego cruzado. No eran muchos, pero estaban bien colocados. Y sabían lo que hacían.

Konrad giró la torreta. Vio un destello entre los árboles. Disparó. El rebote fue inmediato. No había impacto. Sólo frustración.

—¡Tienen posiciones fortificadas! —gritó.

Falk analizó la situación en segundos. La columna seguía recibiendo fuego. Si no flanqueaban, serían aniquilados uno por uno.

—Lukas, giro completo al noroeste. Vamos a bordear el bosque. Ernst, prepárate para fuego de supresión. Helmut, intenta comunicar con la 4.ª columna. Que no avancen a ciegas.

La maniobra fue rápida. Precisa. Mientras otro Panzer explotaba al fondo, el de Falk desaparecía por un sendero lateral. Rodearon el bosque. En menos de cuatro minutos, estaban detrás de la posición enemiga.

Konrad vio al artillero polaco recargando. No tenía casco. Era un chico. Disparó.

Silencio.

El Panzer IV lanzó tres proyectiles más. Las posiciones se silenciaron.

Cuando la columna alemana reanudó la marcha, Falk no dijo nada. Sólo cerró la escotilla y respiró hondo.

Helmut, con los auriculares colgando, murmuró:

—No eran muchos. Pero sabían lo que hacían.

Falk respondió sin mirarlo:

—Eso lo hace más digno.

Y nadie habló durante el resto del camino a Mokra.