Polonia Central, 11 de septiembre de 1939.
El amanecer no trajo alivio, solo un cielo gris de ceniza y polvo. Falk ajustó sus prismáticos mientras observaba el puente de acero que cruzaba el río. Era un objetivo claro y peligroso: si lo destruían los polacos, toda la columna blindada quedaría retenida.
—Tiempo nublado, terreno embarrado y un enemigo atrincherado. El paraíso de un tanquista —murmuró Konrad desde la torreta.
El Panzer IV rugía con potencia contenida. A su alrededor, una docena de blindados alemanes aguardaban en formación. Al otro lado del río, los polacos se habían preparado. Antitanques ocultos entre sacos de arena, posiciones elevadas en edificios bombardeados, y algo más: decisión.
—Los informes dicen que podrían volar el puente en cualquier momento —informó Helmut por radio—. La orden es cruzar antes de que eso ocurra.
Falk asintió. No necesitaban retórica. Solo movimiento.
—Lukas, directo por el centro. Ernst, prepárate. Konrad...
—Ya tengo al primero en la mira —interrumpió el artillero.
El primer disparo fue alemán. El segundo, polaco. Luego, el caos. Ráfagas, explosiones, humo. Un Panzer a la izquierda fue alcanzado y comenzó a arder. Lukas no dudó. Pisó el acelerador.
El puente temblaba bajo las orugas del carro. A mitad de camino, un proyectil explotó cerca. El Panzer se sacudió. Ernst cayó hacia atrás, golpeándose el hombro. Gritó, pero siguió cargando.
—¡Cruza, cruza, cruza! —gritó Falk.
Y cruzaron. Detrás, otros no lo lograrían. Un segundo Panzer fue destruido en el acto. Los polacos, sabiendo que perderían la posición, luchaban como si su honor dependiera de ello.
Una vez al otro lado, Falk giró el carro para cubrir a los siguientes. El humo lo cubría todo. El puente, milagrosamente, seguía en pie.
Cuando el combate terminó, una hora más tarde, el cruce había sido asegurado. A un coste alto. La mitad de la compañía había quedado atrás. El Panzer de Falk estaba ennegrecido, humeante, pero entero.
—No ha sido una victoria. Ha sido una posibilidad más —dijo Helmut, bajando del carro con el rostro cubierto de hollín.
Falk no respondió. Solo miró el puente. Y pensó que aún quedaban muchos más por cruzar.