Capítulo 14: Fuego de retirada

Cerca de Tomaszów Mazowiecki — 5 de septiembre de 1939

La mañana se levantó con bruma espesa y un olor acre a pólvora húmeda. La Leibstandarte avanzaba hacia el sureste, arrastrando consigo las cicatrices del día anterior. Los blindados supervivientes mostraban impactos, arañazos, costuras recién soldadas. El de Falk era uno de ellos.

—¿Todo bien, Lukas? —preguntó desde la escotilla.

—Mejor que el tanque. Pero seguimos rodando —respondió el conductor, mientras tanteaba los mandos con un gesto ya automatizado.

El terreno parecía despejado, pero la experiencia les decía que la calma nunca era gratuita. Helmut murmuraba coordenadas recibidas por radio; eran vagas, con señales de interferencia.

—El mando cree que hay unidades polacas en retirada por este eje. Piden que avancemos con cautela —informó Helmut.

—¿Y si no están en retirada? —preguntó Ernst, mirando por la rendija.

No hubo respuesta inmediata.

El convoy giró por un valle estrecho flanqueado por bosques y lomas bajas. Allí, el primer disparo vino sin aviso. Un proyectil de artillería ligera cayó a veinte metros, levantando tierra y metralla. Luego otro. Y otro.

—¡Trampa! ¡Retaguardia organizada! —gritó Falk.

Desde las colinas, fuego de fusil y ametralladora descendía con precisión. Pero no eran guerrillas ni improvisados. Eran soldados.

—¡Konrad, al este! ¡Localiza la artillería!

Konrad giró la torreta con firmeza. El cañón vomitó fuego. Un primer disparo erró. El segundo calló una posición tras una hilera de árboles.

—¡Están coordinados! —gritó Helmut—. Nos están reteniendo mientras otras unidades se reagrupan.

Falk comprendió. Los polacos sabían que no podían ganar allí, pero estaban ganando tiempo.

—Ernst, prepárate para cambiar de cargador. Lukas, mantén línea recta hasta que yo diga. Vamos a flanquearlos.

El Panzer viró con violencia. Avanzaron colina arriba, rugiendo. A su izquierda, un segundo tanque alemán explotaba tras un impacto preciso.

La batalla duró menos de media hora, pero fue intensa. Cuando la línea polaca comenzó a desintegrarse, no fue por cobardía: simplemente ya habían cumplido su función.

Cuando todo quedó en silencio, Falk bajó. Uno de los polacos caídos tenía un mapa en el bolsillo. Estaba marcado con rutas de escape, tiempos estimados, posiciones de cobertura.

—Esto no fue un accidente —dijo Konrad.

—No —respondió Falk—. Fue una maniobra.

Lukas, más pálido de lo habitual, se sentó sobre una piedra.

—¿Cuánto más? —preguntó, sin mirar a nadie.

Falk no respondió.

El Blitzkrieg seguía. Pero en los ojos de todos empezaba a dibujarse una pregunta que ningún parte de guerra respondía: ¿a qué coste?