Capítulo 16: Varsovia arde

Periferia oriental de Varsovia — 8 de septiembre de 1939

El suelo temblaba bajo las orugas. Las columnas de la Leibstandarte y de la 10.ª Panzer avanzaban por las avenidas anchas que llevaban a las afueras de Varsovia. No era ya campo abierto, sino suburbios destruidos, con casas bajas, talleres y calles de adoquín levantado por explosiones recientes.

El humo de los bombardeos aéreos aún flotaba en el aire. Algunos edificios seguían ardiendo. Otros se desmoronaban lentamente como si resistieran hasta el último instante.

—No es una retirada —dijo Konrad mientras apuntaba por la mirilla—. Nos están esperando.

Y así era. Desde ventanas rotas, posiciones en sótanos y barricadas improvisadas con tranvías volcados, los defensores polacos abrían fuego con ametralladoras ligeras, fusiles, cócteles molotov. No era una línea continua. Era resistencia urbana.

El Panzer de Falk disparó dos veces seguidas contra un edificio fortificado. La segunda explosión derribó un muro entero, pero los disparos persistían desde el interior. Ernst recargaba mientras el vehículo temblaba.

—¡Tenemos fuego cruzado desde el flanco derecho! —avisó Helmut.

—¡Lukas, adelante y luego a la izquierda! ¡Vamos a limpiar esa esquina!

El blindado avanzó entre los restos de un mercado. Sobre el empedrado roto había cuerpos. Civiles. Soldados. Algunos mezclados en trincheras improvisadas.

—No se rinden —dijo Ernst con un tono que no era admiración ni miedo. Era respeto.

En el aire, los Stuka ya no descendían como antes. La artillería antiaérea polaca había cobrado su precio. Uno de los cazabombarderos ardía en el cielo mientras caía en espiral, dejando una estela negra tras de sí.

Las comunicaciones eran caóticas. Unidades de la Wehrmacht no podían avanzar por el sur. Las calles estaban bloqueadas por barricadas incendiadas. Grupos de civiles armados con cualquier cosa formaban parte activa de la defensa.

—Esto no va a acabar rápido —murmuró Falk, mientras su Panzer giraba hacia una nueva calle cubierta de humo.

En la lejanía, ya podían verse las torres del centro de Varsovia. Y entre ellas, columnas de humo subiendo como lenguas de fuego contra un cielo sin sol.

Varsovia resistía. Y estaba dispuesta a hacerlo casa por casa, calle por calle, ladrillo por ladrillo.