Varsovia — 30 de septiembre de 1939
El cielo sobre Varsovia era una masa gris sin emoción, igual que las filas ordenadas de soldados que se extendían frente al podio improvisado. La Leibstandarte estaba formada en perfecta alineación. Había silencio absoluto, solo roto por el lejano murmullo del viento.
Falk permanecía inmóvil en primera fila, uniforme impecable, mirada al frente. No pensaba en nada, o quizás en todo lo vivido en las últimas semanas. A su lado, la tripulación del Panzer IV permanecía en silencio.
El SS-Brigadeführer Dietrich avanzó hacia el micrófono con paso firme. Miró a las tropas antes de hablar:
—La campaña de Polonia ha terminado victoriosamente. El Führer les agradece su valor y sacrificio. Hoy, reconocemos especialmente el coraje excepcional demostrado por algunos de ustedes.
Dietrich hizo una breve pausa, revisó un documento, y añadió:
—SS-Oberscharführer Falk Ritter, por liderazgo ejemplar y valentía demostrada en combate, queda usted condecorado con la Cruz de Hierro de Segunda Clase.
Falk dio un paso adelante, saludó con precisión y recibió la condecoración en silencio. Sintió el peso frío del metal en su pecho, pero sabía que el verdadero peso estaba en otro lugar.
—¡Sieg Heil! —clamó Dietrich.
Las tropas respondieron al unísono. La ceremonia terminó rápidamente, y Falk volvió lentamente con sus hombres. Lukas lo miró con respeto mezclado con inquietud.
—¿Cómo se siente, jefe?
Falk observó la cruz metálica en su mano por un momento, antes de responder con voz calma:
—Pesada.
A lo lejos, los tanques eran reabastecidos y reparados. La guerra continuaba, pensó Falk, y esa cruz no era un final. Era solo un recordatorio de lo que habían hecho, y lo que aún quedaba por hacer.