Alemania — Octubre de 1939
El regreso a casa no fue celebración, fue rutina. Tras la campaña de Polonia, la Leibstandarte fue trasladada al oeste. A cuarteles amplios, silenciosos, limpios. Un lugar que no parecía preparado para una guerra. Al menos, no aún.
Los Panzer estaban alineados en hangares largos como catedrales modernas. Mecánicos civiles y técnicos del Ejército trabajaban sin descanso, reparando, reforzando, adaptando. Falk observaba a su blindado como quien vuelve a mirar una herida que no ha cerrado bien.
—¿Va a quedar como nuevo? —preguntó Lukas.
—No. Pero funcionará mejor —respondió el jefe del carro.
Ernst ayudaba con las municiones de entrenamiento. Helmut actualizaba los equipos de radio. Konrad desmontaba el cañón, limpiando pieza por pieza. Nadie hablaba mucho. Pero todos entendían que aquello no era paz. Era pausa.
A nivel internacional, la tensión era otra. Los periódicos hablaban de una guerra sin guerra. La llamaban la Drôle de Guerre. Francia y Gran Bretaña estaban oficialmente en guerra con Alemania, pero no se disparaba ni un tiro. En el oeste, todo era espera. Vigilancia. Construcción de fortificaciones. Discursos.
—¿Ellos esperan, y nosotros...? —preguntó Helmut una noche, mientras ojeaban mapas.
—Nosotros no esperamos. Nosotros nos preparamos —dijo Falk.
Los instructores llegaban con nuevas órdenes. Se hablaba de cambios en la doctrina de avance. De operaciones rápidas. De saltos por los Países Bajos. Algunos nombres comenzaban a circular: Lieja, Rotterdam, Sedán.
En los campos cercanos al Rin, las unidades ensayaban maniobras de ruptura. Las tripulaciones entrenaban en condiciones simuladas de ciudades fortificadas. La próxima campaña no sería igual.
Una mañana, llegó un oficial con un nuevo listado. Falk lo leyó en silencio. Su unidad quedaba asignada como parte del ala móvil de choque para una futura ofensiva.
—¿Dónde? —preguntó Lukas.
Falk mostró el mapa. Apuntó con el dedo.
—Aquí. En la frontera con Bélgica.
Los demás lo miraron. No con miedo. Con reconocimiento. Ya conocían ese gesto.
El motor de la guerra seguía encendido. Y ellos, como su Panzer, solo esperaban la próxima orden para avanzar otra vez.