Capítulo 3: El Hermano del Viento Blanco

El fuego crepitaba en silencio, oculto entre las dunas. Cornerius afilaba en calma su cuchillo mientras Evie dormía con las patas dobladas. El único que no descansaba era Cuetlachtli. Sus ojos, normalmente brillantes, estaban fijos en el cielo.

—¿Quieres saber por qué Xocoyotl me odia? —dijo de pronto, sin mirar a Cornerius.

El jinete asintió sin palabras.

—Éramos los tonalli gemelos del Guardián del Equilibrio. Creados para custodiar el Umbral, el lugar donde la vida y la muerte se tocan. Mi tarea era protegerlo. La suya, observar. Pero Xocoyotl... se cansó de mirar.

Las llamas se agitaron como si hubieran escuchado el nombre.

—Una noche, cruzó el Umbral y volvió con algo que no debía existir. Algo que respiraba odio. Lo llamó Itzcueponi... "el que se levanta del cristal".

Cornerius no dejó de afilar.

—Tuvimos que encerrarlo. Para hacerlo, Xocoyotl fue marcado como traidor. Lo desterraron. Él me culpó. Juró que me quitaría mi jinete.

Un trueno estalló en la distancia.

—Y ahora —dijo Cuetlachtli con voz baja—, ese ser ha vuelto. Siento su eco en el viento. Si Xocoyotl lo liberó... entonces esto es más grande que nosotros.

Cornerius guardó su cuchillo.

—¿Dónde está el Umbral?

—Al sur. En la grieta del mundo. Pero nadie entra sin la llave.

El jinete le lanzó una mirada.

—¿La tienes?

El lobo sonrió, por primera vez en semanas.

—Siempre.

**

Al día siguiente, llegaron al desfiladero de Teotlayohua, donde las sombras caminan más rápido que los cuerpos. Allí, encontraron a una mujer con una máscara de venado y ojos como agua vieja.

—Buscan el Umbral —dijo sin que nadie hablara—. El camino está roto.

—No venimos por el camino —dijo Cuetlachtli—. Venimos por Xocoyotl.

La mujer rió.

—Entonces morirán. Él no es más un tonalli. Es algo que caza tonalli.

Antes de que Cornerius pudiera responder, una lanza se clavó a sus pies. Desde lo alto, Xocoyotl descendía por la roca como un espíritu hecho carne. Tenía la forma de un lobo gigante, cubierto con capas de huesos y plumas, y su lanza sangraba humo.

—¡Por fin llegas, hermano! ¡Ven a ver el Umbral contigo abierto!

A su espalda, una grieta negra comenzaba a crecer. De ella salían garras, cantos antiguos y un olor a obsidiana mojada.

—¡Cuetlachtli! —gritó Cornerius.

Pero el lobo no se movió.

—Debo ir solo —dijo, con tristeza—. Él no busca al jinete. Me busca a mí.

Cornerius asintió. Lo entendía.

Mientras el lobo avanzaba hacia su hermano, Cornerius miró la grieta. Algo lo estaba mirando desde dentro.

La guerra apenas empezaba.