Capítulo 6: La Profecía del Espejo Quebrado

El desierto quedó atrás. Frente a ellos se alzaban las ruinas de Tetzmictlan, una ciudad olvidada que, según las leyendas, solo aparecía cuando el destino intentaba corregirse a sí mismo.

Evie relinchó con nerviosismo. Las piedras parecían susurrar. Entre las grietas, se asomaban figuras esqueléticas, petrificadas en el tiempo.

—Aquí nació Itzcueponi —dijo Cuetlachtli con voz grave—. Aquí también lo encerraron… con sangre y juramentos.

En el centro de la ciudad, hallaron un altar hecho de espejos rotos. Cada fragmento mostraba algo distinto: visiones de otros mundos, otras versiones de sí mismos. En uno, Cornerius era un tirano con ojos rojos. En otro, Cuetlachtli aullaba entre llamas negras.

—Este lugar no es un recuerdo —dijo el lobo—. Es una advertencia.

Una figura encapuchada surgió del altar. Su rostro era una máscara rota, y su voz sonaba como cien susurros al mismo tiempo:

—El fin no llega. El fin despierta. ¿Quién llevará el sello? ¿Quién será el ancla?

La tierra tembló. Uno de los espejos se alzó del suelo, flotando entre ellos, mostrándoles una visión: Xocoyotl caminando hacia una torre en llamas… con la niña de la aldea en brazos.

—¡No! —rugió Cuetlachtli.

—Está viva —murmuró Cornerius, con rabia contenida—. Y él la tiene.

La figura encapuchada se desvaneció, pero su voz quedó en el aire:

—El que enfrenta al reflejo… también sangra.