Capítulo 7: Las Huellas del Falso Profeta

El viento traía consigo ceniza y un lejano canto, como si alguien estuviera invocando el pasado. Evie caminaba con cautela sobre la hierba quemada. No había árboles, solo postes con máscaras clavadas que miraban hacia el este.

—Esta es tierra de falsos dioses —murmuró Cuetlachtli—. Aquí nació uno de los primeros profetas del fuego… y su traición.

Cornerius desmontó. Tocó una de las máscaras. Estaba hecha de huesos, grabados con símbolos que solo los tonalli entendían.

—Lo recuerdo —dijo en voz baja—. Este símbolo es de Brimurrojo.

El nombre flotó como un presagio. No era solo un enemigo; era un antiguo aliado… y uno de los pocos que alguna vez conoció el verdadero nombre de Cornerius.

De pronto, una sombra descendió. No tenía forma definida, solo humo con ojos dorados. Habló con voz doble:

—El juicio ya fue dictado. El que sostiene el pasado, será quebrado por él.

Evie relinchó. Cuetlachtli se colocó delante de Cornerius, mostrando los colmillos. Pero el forastero no atacó. Solo dejó caer un objeto al suelo: una esfera negra envuelta en cadenas de fuego.

—El tiempo se dobla. Y el traidor camina otra vez.

Y con un rugido de viento, desapareció.

Cornerius se inclinó y recogió la esfera. Al tocarla, vio una visión: Brimurrojo frente a una torre de cristal, con una lanza hecha de sombra y una corona ardiente.

—Nos está esperando —dijo Cornerius.

—Entonces hagámosle esperar menos —gruñó Cuetlachtli.