Capítulo 1: El muro de acero

Frontera germano-belga — 10 de mayo de 1940

El amanecer llegó con una luz blanca, casi espectral. La niebla baja cubría los campos como un sudario, y el rugido de los motores Panzer cortaba el silencio con precisión metálica. La Leibstandarte estaba desplegada cerca de la frontera, lista para cruzar hacia Bélgica.

Falk ajustó la visera de su casco mientras el Panzer IV rodaba por un camino de tierra, flanqueado por colinas bajas y granjas dispersas. A su alrededor, otros blindados avanzan lentamente hacia sus posiciones. Había ruido, pero no desorden. Era un avance medido, contenido. Aún no habían cruzado la línea.

— ¿Estamos en hora? —preguntó Lukas desde su asiento.

—Casi —respondió Helmut desde la radio—. El alto mando ordena cruce coordinado con la Luftwaffe. Bombardeos en simultáneo sobre posiciones belgas. Esperan confusión.

Falk ascendió. Era el momento de abrir un nuevo frente. La estrategia alemana se desplegaba como una roja: mientras otras divisiones avanzaban por Holanda y las Ardenas, la Leibstandarte debía presionar por el centro belga. Hacer ruido. Ser vistos. Atraer la atención aliada.

—Seremos el martillo en falso —murmuró Konrad—. Pero aún así golpeamos.

—Con suficiente fuerza como para parecer decisivos —añadió Falk.

El Panzer se detuvo en un punto elevado, desde donde podía ver la línea de postes fronterizos y las primeras aldeas belgas más allá. No había disparos aún, pero la tensión era palpable.

—Han fortificado puentes y cruces —informó Helmut—. Las tropas belgas están alertadas, pero divididas. Los británicos aún no han desplegado completamente.

A su alrededor, la Luftwaffe comenzaba a aparecer. Escuadrones en formación baja se dirigieron hacia el oeste. Poco después, retumbaban las primeras explosiones en la distancia.

—Avanzamos —ordenó Falk.

Los tanques cruzaron la frontera. En su camino, los pueblos belgas se alzaban tímidamente entre la neblina. Algunos civiles observan desde ventanas entornadas. Nadie los recibía. Ni hostilidad ni hospitalidad. Solo temor.

Avanzaron entre campos y vías férreas. La tierra aún húmeda levantaba barro bajo las orugas. Las señales de tráfico habían sido arrancadas. Las estaciones de tren estaban vacías.

En la radio, Helmut captó señales desordenadas. Tropas belgas replegándose, unidades británicas desplegándose mal. Un coro de dudas.

—Parece que el teatro ha comenzado —dijo Ernst, mientras cargaba el primer proyecto de alto explosivo.

Falk miró al horizonte, donde ya se divisaban las columnas de humo sobre Namur. Sabía que no eran la fuerza principal. Pero en guerra, el ruido también mata