Capítulo 8: Rostros bajo el acero

Francia — Noche del 2 de junio de 1940

El rugido había cesado.

La playa dormía bajo una bruma espesa de ceniza, humo y silencio. El mar seguía allí, impasible, lamiendo la orilla como si nada hubiera ocurrido. Pero en la arena, la guerra había dejado su firma. En fuego. En cuerpos. En miradas vacías.

El Panzer IV estaba inmóvil. La escotilla abierta dejaba entrar el aire húmedo y salado. Dentro, nadie hablaba.

Falk se había quitado el casco. Tenía las manos manchadas de hollín. Miraba hacia el horizonte, donde las columnas de humo aún se alzaban como recordatorios. No quedaba nada que conquistar. Nada que aplastar.

—¿Crees que volverán algún día? —preguntó Lukas, sentado en el suelo, limpiando el barro de sus botas.

—¿Quién? —respondió Falk sin moverse.

—Los ingleses. Los franceses. Alguien.

Falk tardó en contestar.

—No lo sé. Tal vez. Quizá no deberían haber venido. O quizá nosotros no debimos seguirlos hasta aquí.

Ernst había recogido un casco británico en la playa. Lo observaba, en silencio. Konrad escribía algo en su libreta. Palabras que nunca leería nadie.

—No peleaban como nosotros —dijo Ernst finalmente—. Era distinto. Más... desesperado.

—Porque ya sabían que iban a morir —respondió Konrad—. Y cuando uno lo sabe, solo queda la dignidad.

Falk no dijo nada. Solo bajó la vista. Sobre la torre del tanque había sangre seca. No sabía de quién. Quizá de un aliado. Quizá de un enemigo. Quizá de alguien que solo pasaba por allí.

El silencio no era paz. Era cansancio. Era eco.

—Nos llamarán héroes —murmuró Lukas.

—¿Y nosotros qué diremos? —preguntó Falk.

Nadie respondió.

Fuera del blindado, los ingenieros levantaban posiciones defensivas. Las antiaéreas aún apuntaban al cielo, por si regresaba la RAF. Pero no quedaba nada por destruir. Solo esperar órdenes. Solo mirar atrás.

Falk cerró la escotilla. Por fuera, seguían siendo acero.Por dentro… ya no estaban seguros.