Capítulo 13: Máquina prestada

Sudetes — Julio de 1940

No fue un disparo.No fue una mina.Fue un maldito retén.

El Panzer IV de Falk se detuvo con un gemido metálico en mitad de una carretera rural entre Brno y Jihlava. Una curva mal trazada, un desnivel oculto… y el tren de rodaje izquierdo se partió con un crujido seco.

—Está muerto —confirmó el mecánico—. Al menos por esta semana.

Falk no respondió. Bajó del blindado sin decir palabra. No era el primero que perdían. Pero ese no era “un” Panzer. Era su Panzer. Su hogar de acero.

—¿Nos reubican en infantería? —preguntó Lukas, aún esperanzado de que dijeran que no haría falta seguir.

—No. Nos asignan un 38(t) —informó Helmut, leyendo una nota rápida—. Checo. Ironías del destino.

El nuevo blindado era pequeño. Casi… ágil. Pero no era un Panzer IV. El motor sonaba distinto. La torreta giraba más rápido, pero el cañón era estrecho, frágil. Y el acero… sonaba hueco.

—Parece una caja de música con ruedas —murmuró Ernst.

—Más bien una caja mortuoria —añadió Konrad, revisando el periscopio.

Falk no dijo nada. Subió al asiento del comandante. Todo estaba fuera de lugar. Mandos diferentes. Espacio más reducido. Sin radio de largo alcance.

—Nos han prestado un arma, pero nos han quitado la voz —sentenció Helmut.

La primera patrulla fue tranquila. Demasiado tranquila.

Pueblos silenciosos. Miradas esquivas. Un cartel clavado en una puerta con pintura roja: “¡El Reich no es nuestro hogar!”

Más adelante, una columna de la Wehrmacht les hizo paso sin saludar.

—Nos ven como un juguete checo con insignias alemanas —dijo Lukas, frustrado.

—Nos ven como soldados sin colmillos —respondió Konrad.

En una intersección estrecha, estalló un disparo. Una trampa. Un disparo de fusil contra un sargento de la SS que viajaba en moto, unos metros detrás. Cayó como un saco.

Falk ordenó cerrar formación. El Panzer 38(t) giró con velocidad sorprendente.

—Casa a la izquierda, segundo piso —avisó Helmut.

—Konrad.

Un solo disparo. Preciso. El impacto destrozó la fachada. Gritos. Silencio.

No fue una batalla. Fue un susurro de guerra. Pero el pequeño tanque cumplió.

Esa noche, volvieron al puesto con barro hasta los hombros.

—No es casa —dijo Ernst, tocando el lateral del blindado—. Pero no nos mató.

—No lo subestimes —respondió Falk—. A veces la máquina es menos importante que la tripulación.

Nadie respondió.

Pero el 38(t), al menos, rodaba.