Sudetes y Alemania — Julio–Agosto de 1940
Fue rápido.Fue brutal.Y no fue una victoria.
El paso era estrecho. Demasiado. Una curva entre dos colinas boscosas, una aldea que ya no figuraba en los mapas y un grupo de partisanos que sabía exactamente dónde golpear.
El primer disparo vino del campanario. Preciso. El proyectil impactó en el costado del Panzer 38(t), sacudiéndolo con violencia. El blindado chirrió, el motor se ahogó y el interior estalló en humo, luz y metal.
—¡Konrad! —gritó Falk.
El artillero no respondió. Tenía una mano apretada contra el costado, los ojos abiertos de par en par. La sangre manaba entre sus dedos.
—¡Está herido! ¡Torre bloqueada! —gritó Ernst.
—¡Todos fuera! ¡Ahora!
Salieron rodando del blindado como podían. El segundo impacto destrozó la transmisión. El 38(t) quedó inmóvil, ardiendo lento, como si supiera que nunca fue suyo.
No hubo represalia. Solo retirada. El enemigo desapareció entre los árboles.
Un camión los evacuó hasta una base de retaguardia. Konrad fue trasladado al hospital militar más cercano. Los demás se quedaron esperando noticias, con el barro aún pegado a los huesos.
—Baja operativa —dijo Helmut al leer el parte—. “Unidad sin blindado. Herido grave no permanente. Reagrupamiento en Alemania.”
Falk no respondió. Solo observó el humo que aún salía del casco de su artillero.
Semanas después – Hospital Militar, Alemania
Konrad dormía. Vendado. Respirando con esfuerzo.
—Dicen que se pondrá bien —comentó Lukas.
—Dicen muchas cosas —murmuró Falk.
Ernst dejó su casco limpio sobre la mesita de noche. Helmut se cruzó de brazos. Nadie hablaba demasiado. El dolor no era novedad, pero esta vez dolía distinto.
—Él volverá. Y nosotros también —dijo Falk, sin apartar la vista del camillero.
Cuartel blindado – Nave 2
Allí estaba.El Panzer IV.No uno nuevo. El suyo.
Cubierto de lonas, con reparaciones visibles, pintura renovada… pero era él. El acero tenía memoria, y ellos también.
Falk subió por la escotilla, se sentó en su lugar. Todo estaba igual. Los mandos, el olor a cuero y humo seco.No necesitaba probarlo. Sabía que rodaría.
—Ya tenemos nuestra voz de vuelta —dijo Helmut.
—Y nuestros dientes —añadió Ernst.
Esa noche, en el barracón, llegó la orden:
“Unidad en reserva operativa. Preparación táctica. Próxima destinación: suroeste. Prioridad alta.”
—Suroeste… —repitió Lukas, mirando el mapa.
Allí, en una esquina, marcado en rojo: Gibraltar.
Konrad se sentaba por fin, con dificultad, en la cama del hospital. Falk se acercó.
—Te estamos esperando.
—¿Ya hay tanque?
—Sí. El nuestro.
—Entonces… solo faltaba yo —respondió Konrad, con una sonrisa débil.
Falk asintió. Sabía que pronto volvería a ocupar su lugar.
Porque la guerra no había terminado.Solo cambiaba de idioma, de acento, de paisaje.
Y la siguiente palabra… era piedra, fuego, y mar.