España — Septiembre de 1940
El convoy cruzó la frontera por Irún al amanecer.No hubo ceremonias. Solo saludos formales y una bandera roja y negra que ondeaba sobre un puesto militar improvisado.España ya no era neutral. Aunque aún no lo gritara al mundo, ya caminaba con el Eje.
—Esto no es el frente del Este —dijo Lukas, mirando por la escotilla—. Pero tampoco parece descanso.
El paisaje cambiaba a cada hora. Carreteras polvorientas, pueblos silenciosos, jóvenes con boinas azules levantando el brazo al paso de los camiones. La Leibstandarte avanzaba hacia el sur con una mezcla de discreción y solemnidad. Lo que venía no era una campaña: era un símbolo.
En las afueras de Burgos, el convoy se detuvo para repostar. Allí los vieron por primera vez.
Jóvenes españoles con uniformes azules, camisas ajustadas, correajes cruzados, correas anchas y miradas firmes. Portaban fusiles Máuser y caminaban en formación perfecta. En sus brazos, el yugo y las flechas. En sus palabras, el eco de otra revolución.
—Falangistas —dijo Helmut.
—¿Y esos? —preguntó Ernst, curioso.
—No son soldados regulares. Son militantes. Políticos con armas —respondió Falk.
Pero no lo dijo con desprecio.
Los españoles los miraban con igual respeto. Algunos hablaban alemán. Otros no necesitaban palabras. Bastaba con un gesto, una mirada. El saludo al paso. El cruce de banderas.
Uno de ellos, un teniente joven con cicatriz en la mejilla y un tono calmo, se acercó.
—Bienvenidos a nuestra tierra. Aquí no somos neutrales. Aquí hay hambre de justicia.
Falk asintió. Le ofreció la mano.
—Aquí hay guerra.
—Y causa —respondió el falangista.
Conversaron poco. Compartieron café amargo y un mapa arrugado.En él, el objetivo estaba claro: Gibraltar.
Al caer la tarde, el convoy volvió a rodar.
—¿Qué opinas de ellos? —preguntó Lukas.
—Son distintos. No luchan por órdenes. Luchan por idea —dijo Konrad desde la parte trasera, ya recuperado, aunque aún sin cargar peso.
Falk observó el cielo.—Eso puede ser lo mejor… o lo más peligroso.
El sol descendía sobre el horizonte andaluz.
Y al otro lado, más allá de la línea de costa, el peñón esperaba.