Andalucía – Frontera de Gibraltar20 de septiembre de 1940
La tierra olía a polvo y a sudor.El calor lo envolvía todo, incluso al caer la tarde.Y allí, como un coloso vigilante, el Peñón brillaba a contraluz.
La Leibstandarte se había desplegado con orden quirúrgico.Blindados alineados en antiguas fincas requisadas, tiendas entre olivos, camiones descargando sin pausa. Pero no estaban solos.
A su alrededor, unidades del ejército español. Tropas regulares, escuadrones de regulares africanos, falangistas de boina azul y mirada encendida. Un ejército desigual… pero con un propósito común.
—Míralos —comentó Konrad, apoyado en el lateral del Panzer IV—. No son soldados… son cruzados.
—¿Y nosotros? —preguntó Ernst.
—Depende de lo que hagamos mañana —respondió Falk.
En el puesto de mando, el aire era denso de mapas, tabaco y tensión.Unos hablaban alemán. Otros castellano. Todos hablaban guerra.
Sepp Dietrich, de uniforme impecable, miraba el mapa sin parpadear.A su lado, Albrecht, con la chaqueta medio desabrochada y la voz siempre controlada, traducía, anotaba, ordenaba.
—El Peñón no es solo roca. Es símbolo. Si lo tomamos, tomamos el estrecho. Tomamos el mundo —dijo Dietrich, girándose hacia los españoles.
El comandante español —un coronel de acento gallego y mirada severa— asintió:
—La artillería ya apunta. La Falange y los regulares tomarán las trincheras de La Línea. Ustedes, al frente blindado. Coordinación con Luftwaffe en la segunda oleada.
—Entendido —dijo Dietrich.
—Sin improvisaciones —añadió Albrecht, mirando a Falk desde el fondo de la sala—. Esta vez, todo debe salir limpio.
Esa noche, el campamento respiraba calma artificial.
Los españoles cantaban bajo las estrellas. Los alemanes limpiaban armas en silencio. Algunos compartían tabaco. Otros se limitaban a mirar el cielo, como si buscaran una señal.
Falk caminaba entre los Panzer cuando escuchó pasos. Era Dietrich.
—¿Estás preparado, Oberscharführer?
—Lo estaré —respondió Falk.
—Tu sección irá al flanco izquierdo. Los túneles están minados, pero necesitamos presión constante.
Falk asintió. Dietrich se quedó un segundo más.
—No estamos aquí solo por Alemania. Estamos por la idea. Por un nuevo orden.
—Y por los que siguen vivos —añadió Falk, sin levantar la voz.
Dietrich sonrió, breve.—También.
Más tarde, un joven falangista se acercó. Apenas veinte años, cara de poeta y ojos de fanático.
—¿Usted estuvo en Francia?
—Sí.
—¿Y cómo es…?
—Como lo que vas a ver mañana. Solo que con otro idioma.
Le ofreció un cigarro.El muchacho lo aceptó, temblando apenas.
—Si sobrevives… sabrás si quieres recordarlo.
En el cielo, los reflectores de Gibraltar cruzaban como cuchillas.
Y entre alemanes y españoles…nadie dormía. Solo esperaban el momento en que el silencio se rompiera por última vez.