Gibraltar – 21 de septiembre de 1940
La orden llegó a las 04:00.Y a las 04:01, Gibraltar dejó de dormir.
La artillería española rugió desde La Línea. Las explosiones fueron la música del despertar. En segundos, el cielo se iluminó como un amanecer de fuego. Las primeras líneas británicas no tuvieron tiempo de responder con orden. Solo con instinto.
La Leibstandarte avanzó en columna ciega, con los Panzer abriendo camino entre las trincheras. A cada lado, los falangistas corrían con bayonetas y banderas, gritando con rabia y fe. La guerra se hablaba en dos idiomas… pero sonaba igual.
—¡Zona uno asegurada! —informó Helmut.
—Avanza. Fuego en corto —ordenó Falk.
A las 05:17, el Panzer IV fue alcanzado por un proyectil antitanque.
—¡Impacto directo! —gritó Ernst.
La torre tembló. Las luces interiores se apagaron durante un segundo. Falk sintió un zumbido seco en el cráneo.
—¿Motor?
—Sigue vivo —respondió Lukas—. Estamos quemados… pero enteros.
—Entonces seguimos.
Konrad, con sangre en la frente, recargó sin hablar.El cañón rugió otra vez.
Las bajas fueron terribles. Dos secciones de falangistas quedaron enterradas bajo metralla. Varios panzer quedaron fuera de combate. Entre los escombros, alemán y español se cubrían mutuamente. No había fronteras, solo trincheras.
Un joven español gritó al ver morir a su teniente. Un alemán, sin pensarlo, lo empujó hacia el suelo para salvarle del siguiente disparo. No se dieron nombres. Solo fuego, aliento… y barro compartido.
A las 09:12, Gibraltar cayó.
La bandera británica fue arriada.Y sobre la roca ondearon dos estandartes:la cruz gamada… y el yugo y las flechas.
Dietrich llegó en un vehículo ligero. Observó en silencio. No preguntó cifras. No miró los mapas.
Albrecht se acercó a Falk.
—Nos vamos a reagrupar. Francia.
—¿Francia?
—Sí. Silencio. Reparaciones. Instrucción. Lo que venga, vendrá.
Falk asintió. Miró su tanque, aún humeante. Luego al suelo, donde yacían los cuerpos bajo lonas.
Esa noche, no hubo celebración.
Falk se sentó solo, limpiando con lentitud su casco.Konrad dormía. Ernst no hablaba. Lukas bebía en silencio. Helmut reparaba la radio sin prisas.
A lo lejos, un falangista cantaba algo bajo. Sin fuerza. Sin victoria.Una oración sin fe. Una despedida sin nombre.
La roca había caído.Pero en el pecho de todos… algo aún pesaba.
Y no era miedo.
Era la certeza de que, después de esto, ya no se volvería a ser el mismo.