Ucrania central — julio de 1941
El silencio se rompió con un rugido de motores.
Amanecía, y el campamento ya se deshacía como una carpa nómada. Camiones cargaban suministros, cables eran enrollados, bidones de combustible desaparecían de los improvisados depósitos. Nadie hablaba mucho. Los gestos eran suficientes.
Falk subió al Panzer IV sin necesidad de ordenarlo. Sus hombres ya estaban dentro, cada uno en su puesto, con la naturalidad de quien sabe que el ensayo ha terminado. Ahora empezaba la función.
—¿Destino? —preguntó Lukas.
—Uman —respondió Helmut desde la radio—. O lo que quede de ella.
El paisaje era inmenso. Inmensamente vacío.
Campos de trigo sin cosechar, caminos de tierra que se bifurcaban como si dudaran, pueblos que parecían abandonados antes de la guerra. Cada cierta distancia, una chimenea humeante, restos de una carreta calcinada, o el casco suelto de un soldado que ya no estaba.
—¿Y los rusos? —preguntó Ernst, desde su puesto junto a las municiones.
—Por ahora, en retirada —dijo Konrad—. Pero un animal herido es el más peligroso.
Avanzaban en columna, mezclados con elementos de infantería motorizada. Algunas unidades aliadas aparecían en las rutas secundarias: húngaros, rumanos, incluso una pequeña sección de falangistas españoles mal uniformados pero firmes en su paso.
Falk no les dedicó más que una mirada. El frente era uno solo. La muerte también.
—¿Estás bien? —preguntó Helmut por el intercomunicador.
—Estoy despierto —respondió Falk.
Al mediodía, el primer ruido no vino del cañón, ni de los cielos. Vino de la radio.
—Contacto adelantado —dijo Helmut, afinando la antena—. Tropas soviéticas en retirada… o lo que parece retirada.
Konrad preparó el cañón sin que nadie lo pidiera.
—¿Nos detenemos? —preguntó Lukas.
—No —ordenó Falk—. Avanzamos. Solo fuego si disparan primero.
El Panzer giró una curva del camino y, entonces, vieron el primer cuerpo.
Después otro.
Y otro.
No eran soldados alemanes. Ni tampoco civiles. Eran soviéticos. Algunos con uniformes incompletos, otros sin botas, todos con los ojos abiertos como si no hubieran entendido por qué murieron.
—¿Bombardeo? —preguntó Ernst.
—O ejecución —murmuró Konrad.
Falk no respondió.
Siguieron avanzando hasta que el aire cambió. Ya no olía a campo. Olía a pólvora vieja. A metal oxidado. A aceite quemado.
El frente ya no era una línea. Era un ambiente.
Y en ese ambiente, Falk supo que el primer disparo no tardaría. Que lo que había leído en informes, lo que había oído en sesiones informativas, lo que le habían contado… iba a quedarse corto.
La guerra ya no estaba en el mapa.
Ahora, estaba en el ruido.Y ese ruido…acababa de empezar.