Frente sur del Ejército Rojo — Julio de 1941
La tierra temblaba.No por los cañones enemigos, sino por el peso del silencio.
En un claro rodeado de árboles bajos, oculto entre lonas verdes y redes de camuflaje, descansaba un T-34 modelo 1940. Su pintura era nueva. Su blindaje, intacto. Pero su tripulación… no lo estaba.
—¿Cuántos días llevamos aquí? —preguntó Semyon, el comandante, frotándose el cuello con una toalla sucia.
—Tres, sin movernos —respondió Alyosha, el conductor—. Aunque parece una eternidad.
Dentro del tanque, el aire era espeso. La humedad del verano no perdonaba. Las moscas entraban por las rendijas y se estrellaban contra los bordes metálicos.
—¿Creéis que vendrán por aquí? —dijo Mikhail, el artillero. Sus dedos tamborileaban sobre el mango del visor.
—Vendrán por todas partes —gruñó Grigori, el cargador, mientras afilaba la bayoneta por costumbre más que por necesidad.
Semyon bajó del tanque. Se agachó junto a una caja de munición y abrió el diario de operaciones. Los informes eran vagos, contradictorios: divisiones alemanas avanzando sin freno, pueblos abandonados, líneas telefónicas cortadas. Algunos altos mandos hablaban de “repliegue estratégico”. Otros no hablaban en absoluto.
Pero Semyon no creía en replegar. No con un T-34 bajo sus pies.
—¿Y si vienen con los Panzer? —preguntó Alyosha.
—Entonces los paramos —dijo Semyon.
—¿Y si no podemos?
Semyon lo miró. No con rabia. Con verdad.
—Entonces morimos. Pero que no digan que no intentamos detenerlos.
Esa noche, no hubo fuego. Solo el canto lejano de grillos y el crujir de ramas. Los hombres dormían mal, si es que dormían. Mikhail leía una carta. Grigori afilaba. Alyosha acariciaba la palanca de cambios como si fuera un rosario.
Y Semyon… simplemente escuchaba.
Sabía que la guerra no era gloria. No era himnos. No era banderas ondeando.La guerra era lo que venía después del motor encendido.
Antes del amanecer, llegó un mensajero a pie. Jadeando. Camisa abierta, ojos hundidos.
—Columna alemana en movimiento. Posición desconocida. Orden: avanzar hasta el cruce y mantenerlo. El puesto de mando ya no responde.
Semyon cerró el diario.
—Vamos.
Subió al tanque. Gritó las órdenes.
El motor del T-34 rugió.
Y en ese rugido…la guerra despertó también en el otro lado del acero.