Capítulo 10: Ecos del primer disparo

Ucrania — 25 km al oeste de Uman, julio de 1941

El humo aún era visible en el horizonte.

El T-34 ardía lentamente, como si se negara a terminar de morir. A su alrededor, la unidad de la Leibstandarte había establecido un perímetro defensivo. La infantería estaba en silencio. Nadie hablaba de victoria. Solo respiraban… y comprobaban que seguían vivos.

Dentro del Panzer IV, el ambiente era más denso que el metal.

—Nunca había visto algo así —dijo Ernst, rompiendo el silencio.

—Ni yo —respondió Konrad sin apartar la vista del visor.

—¿Qué demonios era ese blindaje? —preguntó Lukas—. Le metimos dos de lleno al frontal y ni lo marcamos.

—Un nuevo diseño —murmuró Falk—. Más rápido que un KV, más resistente que un Panzer. Y con un cañón que no nos regaló nada.

—Nos superaba —dijo Helmut con frialdad—. En todo.

Nadie lo rebatió.

Horas más tarde, Falk caminaba hacia la tienda de mando. El polvo le cubría los hombros, y el uniforme olía a gasolina quemada.

Dentro, Albrecht lo esperaba junto a un mapa extendido. Lo recibió con un gesto seco, sin protocolo.

—Informe.

Falk se cuadró con discreción. Su voz era grave, pausada.

—Contacto con unidad enemiga no identificada hasta ahora. Un carro de combate. Silueta baja, blindaje inclinado. Superior en movilidad, potencia de fuego y resistencia al Panzer IV.

Albrecht lo observó en silencio. Luego preguntó:

—¿Resultado?

—Destruido. Pero tras maniobra táctica completa. Dos impactos laterales. El frontal fue inútil.

Albrecht caminó hacia el mapa. Marcó una línea roja cerca de un cruce.

—¿Tripulación enemiga?

—Heridos. Evacuados. No ofrecieron resistencia tras perder el motor.

—¿Conclusión?

Falk se tomó un segundo. No para pensar, sino para reunir palabras que fueran más que frases.

—Hemos ganado por experiencia. No por superioridad técnica. Si eso se repite a gran escala… esta campaña será más costosa de lo previsto.

Albrecht lo miró fijamente.

—¿Y qué sugieres?

—Cambio de táctica. No subestimar posiciones aparentemente móviles. Y sobre todo… no confiar en el blindaje.

Albrecht asintió. Luego, más bajo:

—¿Y tú?

—¿Yo?

—¿Cómo estás?

Falk pensó en el humo. En el crujido del disparo. En la figura que salió de la torreta contraria con sangre en la cara.

—Estoy funcionando. Como el Panzer.

Albrecht no insistió. Solo anotó unas palabras en su cuaderno.

—Ve a descansar. La guerra no ha hecho más que empezar.

Falk saludó, giró sobre sus talones… y volvió a desaparecer entre el polvo.

Esa noche, dentro del Panzer, Ernst le dijo en voz baja a nadie en particular:

—Ese no era un tanque cualquiera.

—No —respondió Konrad—. Era el primero.

—¿El primero?

—El primero que nos miró de frente… y no se apartó.