Cuartel General del Grupo de Ejércitos Sur — Ucrania, julio de 1941
El mapa ocupaba casi toda la pared.
Frente a él, Heinz Guderian trazaba líneas con una vara metálica. Los movimientos alemanes seguían firmes. Las flechas negras avanzaban. Pero en ciertas zonas —círculos rojos marcados a mano— algo se había detenido.
O resistido.
Sepp Dietrich se mantenía de pie, recto, el uniforme impecable a pesar del polvo de campaña.
—Mis hombres lo han visto con sus propios ojos —dijo—. Un nuevo blindado. Más rápido que el KV. Más protegido que cualquier T. Y con un cañón que atraviesa nuestros Panzer como mantequilla.
Guderian giró lentamente.
—¿T-34?
Dietrich asintió.
—Y también los KV-1. Hemos perdido dos vehículos por impactos directos. Los nuestros no penetran el frontal. Solo con maniobra lateral y suerte.
Guderian caminó hasta la mesa. Abrió un informe. Fotografías, croquis, relatos de tripulantes.
—¿Cuántos casos confirmados?
—Ya son más de veinte encuentros. Solo en nuestro sector. Y no son prototipos: vienen en oleadas.
El silencio en la sala era técnico, no incómodo.
—¿Qué velocidad tienen? —preguntó Guderian.
—Parecida a un Panzer III. Pero más estable. El motor no se sobrecalienta. Y el perfil bajo los hace difíciles de detectar.
—¿Y qué hacen tus hombres?
—Lo que pueden. Disparar, flanquear, rezar. La experiencia todavía gana… pero no es suficiente.
Guderian cerró el informe con un golpe seco.
—Entonces tenemos un problema.
Se acercó al mapa y quitó uno de los alfileres negros.
—La doctrina Blitzkrieg fue pensada contra ejércitos rígidos, lentos, desorganizados. Francia, Polonia, los Balcanes. Pero esto…
Se volvió hacia Dietrich.
—Esto es otra guerra.
—¿Qué propones?
—Recalibrar. Revisar el rol de nuestras divisiones Panzer. Mejor coordinación entre reconocimiento y unidades pesadas. Y sobre todo…
Golpeó la mesa con el nudillo.
—Un nuevo cañón. Largo. Preciso. Capaz de atravesar ese blindaje desde el frontal.
—¿En el Panzer IV?
—Sí. El chasis aguanta. El cañón actual no. Si no corregimos eso, perderemos nuestra ventaja antes del invierno.
Dietrich respiró hondo. No discutía. Solo asentía. En su mente, la imagen del T-34 que no se detuvo tras dos impactos. El humo negro. El blindado humeante. Y el enemigo que salió vivo.
—¿Y los informes al Führer?
—Se los entregaré personalmente. Pero no podemos esperar órdenes. Empezamos a diseñar el cambio desde ahora.
—¿Y mientras?
Guderian sonrió apenas.
—Mientras tanto, seguiremos ganando… con fuego insuficiente.