Ucrania central — Julio de 1941
El terreno parecía fácil.
Campos de trigo cortados a medias. Carreteras de tierra que se perdían entre árboles lejanos. Cielo claro, sin señales de tormenta. Falk observaba el paisaje desde la escotilla del Panzer IV con la falsa tranquilidad que daban los días luminosos.
—Demasiado abierto —murmuró.
—Y demasiado callado —añadió Konrad.
El convoy de su grupo avanzaba en formación ligera. Un par de semiorugas con infantería, dos camiones de munición, y otro Panzer como retaguardia. El objetivo: tomar una posición elevada en las afueras de un pequeño pueblo, según inteligencia, ya evacuado.
—No me fío —dijo Ernst—. Cada vez que nos dicen “ya evacuado”, acaba habiendo fuego cruzado.
Falk no respondió. Pero en su mano, el cigarro se apagaba sin ser fumado.
El primer disparo vino desde un granero.
No fue un cañonazo, sino una ráfaga de ametralladora pesada. El camión que iba segundo en la columna estalló en llamas. Los gritos llegaron antes que la radio.
—¡Contacto! ¡Flanco izquierdo! —gritó Helmut.
—¡Giro a 10 grados! ¡Buscar cobertura! —ordenó Falk.
Lukas hizo crujir las orugas al girar bruscamente. El Panzer rodó hacia un desnivel, buscando ángulo de disparo sin perder movilidad. Konrad ya tenía el cañón en posición.
—¡Veo dos nidos! Edificio de ladrillo y fosa junto al tractor.
—¡Explosivo! ¡Fuego!
El disparo golpeó el edificio. Parte de la estructura cayó, pero aún había fuego enemigo. La infantería descendía de los vehículos en marcha, buscando cobertura tras setos y ruedas.
—¡Fuego cerrado, trinchera a trinchera! —reportó un suboficial por radio—. ¡Están bien atrincherados!
—Esto no es una retirada —dijo Falk con el rostro tenso—. Es una emboscada en regla.
Un proyectil antitanque impactó a escasos metros, levantando tierra y fragmentos de metal oxidado.
—¡Tienen cañón de 45! —gritó Ernst—. ¡Y no está solo!
Falk apretó el puño.
—¡Vamos a barrerlos!
El Panzer avanzó unos metros. Otro disparo. Esta vez el blindaje lateral aguantó el impacto, pero el temblor fue brutal.
—¡Konrad! —ordenó Falk—. ¿Tienes el cañón enemigo?
—¡Negativo! ¡Está moviéndose entre la maleza! ¡Es móvil!
—¡Lukas, gira! ¡Nos están cazando en campo abierto!
Los siguientes minutos fueron un juego de caza a ciegas. Falk ordenaba desplazamientos cortos. Ernst recargaba sin pausa. Konrad escaneaba cada línea de árboles buscando un destello, una figura, un tubo de acero.
Finalmente, un fogonazo traicionó la posición enemiga.
—¡Lo tengo!
—¡Fuego!
El disparo alemán fue directo al origen del fogonazo. Un segundo después, explosión. Restos de un cañón soviético volaron en el aire.
—¡Impacto confirmado!
Cuando el silencio volvió, no era completo.
Gritos a lo lejos. Radios con interferencias. Y un campo que, al comenzar el día, parecía vacío… ahora estaba sembrado de muerte.
Falk bajó lentamente de la escotilla. Caminó hasta el borde del cráter más cercano. Dentro, un casco rojo. Un brazo quemado. Y ojos que ya no miraban nada.
—No se están retirando —murmuró.
Konrad se acercó, sin decir palabra. Lo entendía.
El campo estaba abierto.Pero la guerra…ya no.