Ucrania — Sector sur de avance, julio de 1941
El motor tosió.
Luego, se apagó con un chasquido sordo y una columna de humo blanco.
—Eso no es polvo —dijo Lukas, apartando la cabeza del volante—. Eso es algo jodido.
Falk no dijo nada. Solo bajó de la escotilla y caminó alrededor del Panzer IV. Tocó el blindaje aún caliente, como si pudiera leerlo con los dedos.
—¿Bomba? —preguntó Ernst desde el suelo, limpiando la oruga.
—No. Fallo interno —respondió Lukas—. Transmisión o algo peor.
—¿Cuánto peor? —preguntó Konrad.
—Lo suficiente para que no avancemos hoy. Ni mañana.
La radio crujió. Helmut recibió la orden oficial poco después: “vehículo fuera de acción, permanezcan en retaguardia hasta reevaluación y reparación”.
Silencio.
—Nos van a dejar aquí, viendo pasar a los demás —murmuró Ernst, tirando una llave inglesa al suelo.
—Es una pausa. No un castigo —dijo Falk.
—No para nosotros.
Lukas se encogió de hombros.
—¿Y qué querías? ¿Seguir hasta que explote la transmisión y nos quedemos varados bajo fuego?
Ernst lo fulminó con la mirada.
—Prefiero eso… que sentir que somos un maldito camión de repuesto.
El campamento de retaguardia no tenía barro, ni tiros, ni órdenes urgentes. Solo soldados de artillería descansando, camiones alineados y oficiales rellenando informes.
El Panzer fue remolcado junto a una línea de vehículos inmóviles, como un animal herido en el corral. La tripulación quedó asignada a tareas secundarias: patrullas, control de acceso, rutina.
—¿Y esto también es guerra? —preguntó Konrad mientras afilaba su cuchillo.
—A veces —respondió Falk.
—¿Y tú? ¿Vas a ponerte a clasificar suministros también?
Falk lo miró con calma.
—Yo observo. Es lo que hace un comandante cuando no puede avanzar.
Esa noche, comieron en silencio.
Ernst tragaba sin ganas. Lukas apenas tocó el pan. Helmut escuchaba la radio con auriculares, aunque no había nada nuevo. Solo rumores: avance hacia el Dniéper, combates intensos más al norte, prisioneros soviéticos en masa… y movimiento de unidades especiales cerca de la retaguardia.
—Dicen que está viniendo gente “de traje negro” —murmuró Lukas.
—¿La Gestapo?
—O algo parecido. Seguridad del Reich, dicen. Dicen muchas cosas.
—Yo prefiero los tanques —dijo Ernst, dejando el pan a un lado.
Falk terminó de comer, limpió la lata con agua, y la dejó a un lado.
—Mañana revisaré el Panzer con los mecánicos. Si no hay solución… ya veremos.
—¿Y si nos dejan aquí? —preguntó Konrad.
—Entonces lo sabremos en unos días.Y mientras tanto… hacemos lo que hacemos siempre.
—¿Qué?
Falk se levantó, miró a los cuatro. Luego al tanque.
—Esperar. Y aguantar.
El Panzer no se movía.Pero sus hombres…seguían en marcha por dentro.