Ucrania — Zona de retaguardia, julio de 1941
El sol era más suave en la retaguardia.El barro, menos profundo.Y sin embargo, el aire pesaba más.
Falk caminaba con el uniforme desabrochado hasta el cuello. La camisa sudada, manchada de grasa del motor que seguía sin responder. A su lado, Konrad y Ernst charlaban en voz baja mientras Helmut revisaba la radio. Lukas dormitaba bajo el Panzer, como si el acero le diera sombra.
Entonces llegaron.
Un coche negro, limpio. Impecable.Dos hombres bajaron. Uniformes SS. Pero distintos. Sin tierra, sin arrugas. Gorras rectas, insignias brillantes.
—¿Gestapo? —susurró Helmut sin levantar la vista.
—O el SD —murmuró Konrad—. Da igual. Huelen igual.
La conversación no fue inmediata. Primero hubo pasos. Luego miradas. Uno de los oficiales —más joven, cara afilada, sin cicatriz ni arruga— comenzó a hablar con el responsable logístico del puesto. Papeles, señalamientos, órdenes.
Y entonces…un grito.Un segundo después, otro.
Falk giró la cabeza. Vio a dos civiles ucranianos, un hombre y una mujer, arrodillados. Sangre en la cara del hombre. Un soldado los empujaba con la culata del fusil. No Wehrmacht. No SS de combate. Eran los de negro.
—¿Qué están haciendo? —preguntó Falk, ya caminando hacia ellos.
—Interrogatorio preventivo —respondió uno de los agentes, sin girarse.
Falk se detuvo a escasos metros.
—¿Preventivo?
—Colaboracionistas soviéticos. Sospecha de ayuda a partisanos.
—¿Con pruebas?
—No las necesitamos. Tenemos órdenes.
Falk lo miró. Luego al civil. Luego al soldado que empuñaba el fusil.
—Baje el arma —ordenó.
—¿Perdón?
—He dicho que la baje.
El soldado dudó. El agente se giró lentamente, su expresión neutra.
—¿Su nombre?
—SS-Oberscharführer Falk Ritter. Panzerführer de la Leibstandarte.
—Nosotros también somos SS, Ritter. No se equivoque de enemigo.
—No me equivoco. Pero no necesito enemigos nuevos. Ya tengo suficientes en el frente.
El silencio duró segundos. El suficiente para que los soldados de Falk se acercaran. No con armas en alto. Pero sí con las manos cerca.
El agente lo notó. Dio un paso atrás. Luego alzó las manos, fingiendo cortesía.
—Esto no es asunto suyo.
—Mientras sea en mi zona de despliegue, todo lo es.
El agente asintió. Miró a su compañero. Luego a los civiles.
—Retírelos.
—¿Y sus informes?
—Habrá otros.
Cuando se fueron, Falk no habló.
No hizo falta.
La mujer ucraniana lo miró. No con gratitud. Ni con miedo.Solo con algo parecido al respeto.
Esa noche, mientras revisaban otra vez el motor dañado, Lukas murmuró:
—Todos llevamos el mismo uniforme…—Pero no todos lo ensuciamos igual —terminó Falk.