Ucrania — Periferia del Dniéper, julio de 1941, 02:15
El motor rugía con un ritmo bajo, contenido, casi reverente.
La columna avanzaba bajo un cielo sin luna. Solo las estrellas, lejanas e impasibles, iluminaban los cascos, las orugas, los fusiles colgados al hombro. No se hablaba. No se fumaba. Solo el crujir de la tierra húmeda bajo el peso de la maquinaria.
Dentro del Panzer, la radio zumbaba sin señales. Helmut solo escuchaba estática suave, como un susurro nervioso.
—¿Distancia al punto de despliegue? —preguntó Falk en voz baja.
—Tres kilómetros. Media hora si seguimos así —respondió Helmut.
Lukas conducía con los ojos pegados a la línea de sombras que formaba el bosque a su derecha. Cada silueta podía ser un árbol… o un cañón antitanque.
Ernst no decía nada. Tenía una bala en la mano y la hacía girar entre los dedos como si fuera una piedra de oración. Konrad, en su asiento, con la mira cubierta, miraba hacia dentro, no hacia fuera.
La orden era clara: tomar posición antes del amanecer sin alertar al enemigo. La zona estaba en disputa, entre unidades soviéticas en retirada y grupos de resistencia local. No era una ofensiva, era un traslado. Pero todos sabían que en la oscuridad, todo parecía ataque.
Pasaron junto a un pelotón de infantería que marchaba en fila cerrada. Rostros tensos, ojos brillando bajo los cascos. Nadie saludó. Nadie preguntó nada.
Falk observó todo desde la escotilla, sintiendo el aire húmedo en la cara.
—Echo de menos el ruido —susurró.
—¿De los motores? —preguntó Konrad sin girarse.
—No. El de saber que hay alguien disparándote. Es más claro que esto.
Un crujido a la izquierda hizo que el convoy se detuviera.
Manos en alto. Armas listas. Silencio absoluto.
Un segundo. Dos. Tres.
Solo un ciervo. O eso parecía.
—Avanzamos —ordenó Falk.
El Panzer retomó la marcha. Más lento. Más denso. Como si cada metro fuera barro emocional.
Llegaron al claro asignado a las 03:06.
No hubo disparos. No hubo luces. Solo un asentir de un oficial de artillería que los esperaba.
—Todo bien —dijo Helmut.
—No. Todo quieto —corrigió Falk—. Que no es lo mismo.
Esa noche, durmieron por turnos.Dentro del Panzer. Con el cañón aún tibio del motor.Nadie habló de miedo. Nadie habló de valor.
Porque a veces, en la guerra, lo más aterrador…es avanzar sin luz, y sin voz.