Capítulo 23: Rumbo a la capital

Ucrania central — julio de 1941

El aire olía a pólvora quemada y a motores calientes.El combate había pasado, pero la tensión seguía ahí, como el eco de una explosión dentro del pecho.

Falk y su tripulación limpiaban el blindado en silencio. No por disciplina, sino por rutina. Cada uno sabía qué hacer sin que nadie hablara. Ernst revisaba los proyectiles restantes. Helmut ajustaba la frecuencia de la radio. Lukas, con la camisa arremangada, limpiaba barro de los bajos. Konrad comprobaba el tubo del cañón con una seriedad casi religiosa.

—¿Daño? —preguntó Falk.

—Nada estructural. El blindaje aguantó —respondió Konrad sin apartar la vista—. Pero se notó que no era un simulacro.

—Nunca lo es —dijo Falk.

Una hora después, llegaron las órdenes.

Helmut bajó de la radio con una hoja manchada de tinta.

—Avanzamos hacia Kiev. Paso inmediato. Se necesita presión continua. El alto mando quiere cercar antes de que refuercen la capital.

—¿Y quién nos acompaña? —preguntó Ernst.

—Unidades mixtas. Infantería motorizada… y búlgaros.

—¿Búlgaros? —repitió Lukas—. Nunca he trabajado con ellos.

—Ni yo. Pero dicen que se defienden —añadió Helmut—. Y están más frescos que nosotros.

El encuentro fue horas después, en un cruce de caminos.Los búlgaros iban con camiones ligeros, fusiles al hombro, y ojos bien abiertos. Sus oficiales llevaban uniformes que recordaban más al orden antiguo que a la guerra moderna. Algunos saludaron con respeto. Otros solo observaron.

Falk descendió del Panzer. Un capitán búlgaro se le acercó.

—¿Leibstandarte?

—Sí.

—Nos alegra tener blindados con nosotros. Kiev no será fácil.

Falk asintió.

—Tampoco lo fue Varsovia. Ni Dunkerque.

—Kiev es más grande.

—También nosotros —respondió, y estrechó su mano.

Esa noche acamparon cerca de un bosque. Hubo fuego, pan duro, y un poco de aguardiente que los búlgaros compartieron. Lukas se entendió a medias con un joven soldado. Hablaron de fútbol. De casa. De cuándo terminaría todo esto.

Falk no se unió a la conversación. Observaba el cielo.Sabía que en los próximos días, esa estrella en el mapa llamada Kiev se convertiría en algo más que una ciudad.

Sería un punto de quiebre.Para muchos.Para todos.

El Panzer dormía con ellos.El motor frío. El acero cargado.La capital esperaba.