Capítulo 24: El cielo se rompe

A las afueras de Kiev — julio de 1941

La ciudad se perfilaba a lo lejos como una mancha oscura sobre el horizonte.Desde su posición, Falk la veía sin verla del todo.Solo intuía su tamaño. Su historia. Su peso.

Estaban desplegados en la ladera de una colina, al abrigo de árboles dispersos. No había órdenes de avanzar aún. Solo preparar. Reorganizar. Esperar.

—Munición completa —dijo Ernst, cerrando la escotilla tras cargar los últimos proyectiles.

—Radio limpia. Sin interferencias —añadió Helmut—. Mando está concentrado en coordinar la artillería pesada.

—¿Y la infantería?

—Moviéndose. A pie. Cansados.

—Como todos —gruñó Konrad.

Lukas limpiaba las ópticas delanteras, con una concentración poco habitual.

—¿Está limpio eso o lo estás puliendo para besar al enemigo? —bromeó Ernst.

—Quiero ver bien cuando empiece —respondió sin mirar.

Falk permanecía en la escotilla. Callado. Mirando hacia Kiev.

El zumbido llegó como una vibración. Luego se convirtió en un rugido lejano.

Todos miraron al cielo.

Un escuadrón alemán de cazas atravesó las nubes a gran velocidad, seguidos por otros más pesados, bombarderos Dornier y Heinkel.Detrás de ellos, como una respuesta de rabia, despegaron cazas soviéticos desde algún punto invisible.

—¡Combate aéreo! —anunció alguien cerca, innecesariamente.

Falk no se movió.

Los hombres en tierra observaban como si fuera un duelo de dioses: estelas cruzadas, ráfagas, fuego. Un caza alemán fue alcanzado. Descendió envuelto en humo. Otro soviético explotó en pleno ascenso.

—Parece una danza —dijo Helmut.

—Es una carnicería elegante —corrigió Konrad.

Y entonces llegaron las bombas.

No sobre ellos. Sobre Kiev.

Desde su posición, pudieron ver las primeras columnas de humo elevarse. Edificios alcanzados. Explosiones que sacudían incluso el suelo donde estaban. Una fábrica ardiendo. Una estación destrozada. El cielo, que antes era azul pálido, se volvió naranja.

—Están abriendo camino —dijo Falk.

—O enterrando lo que queda —susurró Lukas.