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Sinopsis:

Tras la feroz campaña de Ucrania y los combates que culminaron en Kiev, la Leibstandarte SS Adolf Hitler ya no es la misma. Diezmada pero no derrotada, su núcleo blindado se reorganiza en Francia, al mismo tiempo que el avance sobre Moscú se detiene bajo el peso del invierno y las dudas estratégicas. Nadie sabe con certeza hacia dónde se moverá la guerra… excepto unos pocos.

Mientras Falk Ritter y su tripulación reciben un nuevo Panzer IV de cañón largo, aún lamiéndose las heridas del frente oriental, un nuevo destino se cierne sobre ellos: África.

En una operación inesperada, parte de la división es enviada a reforzar el esfuerzo del Eje en el desierto, donde las fuerzas de Rommel, Italia… y España, bajo el mando del general Yagüe, avanzan hacia El Cairo, Palestina y más allá.

Pero bajo el sol abrasador no hay refugio para la conciencia. Entre el polvo, las ruinas antiguas y el fuego enemigo, Falk y los suyos deberán adaptarse a una guerra distinta, sin nieve ni trincheras, pero con la misma sombra de muerte… y aún más preguntas sin respuesta.

La historia avanza. El Reich se expande. Pero la guerra, como siempre, va por delante.

Leibstandarte: Moscú a vida o muerte Libro IV

Periferia suroeste de Kiev — Julio de 1941

El humo colgaba del cielo como un velo sucio.El ruido no era constante.Pero cuando llegaba, lo hacía con dientes.

Falk y su tripulación avanzaban con lentitud, con el Panzer IV metido entre callejones industriales, rodeados de naves vacías, estructuras semiderruidas, y depósitos ennegrecidos. Era un terreno traicionero, donde cada cruce podía ocultar un disparo.

—Demasiadas ventanas —murmuró Konrad.

—Demasiadas sombras —añadió Ernst.

El mapa indicaba “zona de despeje parcial”. Pero las radios decían otra cosa: emboscadas, minas, fuego cruzado. En la práctica, no había nada asegurado.

Por el flanco izquierdo avanzaban españoles. Tropas de la División Azul. Uniformes oscuros, rostros curtidos. Caminaban rápido y en silencio. Muchos iban vendados, otros cojeaban. Pero ninguno parecía dispuesto a dar un paso atrás.

Un capitán joven, con barba de días y fusil al hombro, se acercó a Falk cuando el Panzer se detuvo.

—¿Apoyo blindado? —preguntó en un alemán rudimentario.

—Tenemos un nido de ametralladoras en ese edificio. Ya hemos tenido bajas. Si pueden reventar la fachada, entramos.

El capitán las señaló con precisión, sin levantar la voz.

—No retrocedemos. Ni medio paso.

Falk lo miró un segundo más. Luego volvió a su puesto.

—Konrad, flanco izquierdo. Ernst, alto explosivo. Lukas, mantén la línea.

El primer disparo levantó una nube de ladrillo y polvo.El segundo abrió una brecha como una boca rota.

Los españoles avanzaron sin dudar. Fuego cruzado. Gritos. Un caído. Dos. Pero seguían. Granadas. Tiros cortos. Entraron al edificio como un vendaval de furia contenida.

Desde el otro lado, un cañón antitanque emergió. Disparó.Impacto parcial. El Panzer resistió.

Konrad giró. Tercer disparo. Silencio.

Veinte minutos más tarde, el capitán español volvió a aparecer.Tenía sangre en el hombro, pero no se quejaba.

—Gracias. Han salvado a los míos.

Falk asintió. No hizo falta decir nada más.

El humo no se disipó. Kiev ardía al fondo.Pero ese cruce…Ese primer muro…había sido tomado.

Y por un momento, soldados de distintas lenguas entendieron lo mismo:Resistir.Avanzar.Juntos.

Capítulo 25: El primer muro