Kiev — Periferia oriental, julio de 1941
El mapa ya no tenía flechas hacia la ciudad.Solo líneas cerradas.Un anillo. Un puño.Una trampa de acero.
Falk escuchó el parte mientras limpiaba con trapo húmedo la óptica del visor. Helmut se lo entregó sin palabras, solo un asentir. La ciudad estaba completamente cercada. El Grupo de Ejércitos Sur había cerrado el paso norte. Tropas húngaras y rumanas aseguraban los cruces del Dniéper. Y la 250.ª, junto con unidades panzer, sellaban el sur.
Kiev estaba rodeada.Pero no vencida.
—¿Y ahora qué? —preguntó Ernst, apoyado contra la torreta.
—Ahora… nos quedamos a mirar cómo se retuercen —dijo Konrad.
Pero Helmut tenía la cara tensa.—No. Algo se está moviendo.
No pasó una hora cuando lo vieron.
Desde la ciudad, columnas de humo comenzaron a elevarse. No eran restos de la ofensiva anterior. Eran nuevos.Y eran muchos.
—¿Bombardeo? —preguntó Lukas, extrañado.
—No el nuestro —respondió Helmut—. El de ellos.
Los primeros impactos llegaron como truenos mal direccionados. Explosiones lejanas al este. Luego más cerca. Un almacén estalló a tres calles. Una columna de soldados españoles fue alcanzada por metralla. Una batería de artillería alemana quedó inutilizada tras dos impactos directos.
—¡Cohetes! ¡Múltiples lanzamientos! —gritó un observador.
—Katyushas —dijo Falk, mirando el cielo—. Malditos, están contraatacando desde dentro.
El Panzer no se movía. Estaban en cobertura. Pero el suelo vibraba. Trozos de metal caían. Humo negro. Gritos sueltos. Órdenes contradictorias.
Falk cerró la escotilla.
—Resistimos. No respondemos aún.
—¿Y si vienen? —preguntó Ernst.
—Entonces los devolvemos al infierno que han encendido.
Media hora de fuego. Luego, silencio.Pero no era calma.Era el pulso tenso antes de un golpe.
Kiev ardía en múltiples puntos. Y sin embargo, seguía viva.
Helmut lo resumió:
—El anillo está cerrado. Pero lo que hay dentro… sigue luchando.
Falk no respondió. Solo miró al frente.Sabía que pronto, muy pronto,tendrían que entrar.