Capítulo 30: Sin acero

Kiev — Interior del casco urbano, septiembre de 1941

Las calles no se rendían.Ni los hombres dentro de ellas.

El Panzer IV avanzaba entre polvo, ruinas y metralla. La ciudad ardía a tramos. A un lado, edificios sin techo. Al otro, barricadas destruidas. El suelo estaba plagado de escombros y cuerpos. Y aún así, el objetivo seguía claro:

El Parlamento.Un símbolo que debía caer.

—Estamos cerca —anunció Helmut—. Dos manzanas.

—Resistencia dispersa —añadió Ernst—. Francotiradores, pero sin fuego coordinado.

—Demasiado fácil —dijo Konrad con el ceño fruncido—. Esto no huele bien.

Falk asintió sin decir nada. Sentía la tensión. La ciudad era una herida abierta que parecía supurar más rabia a cada paso.

Entonces, ocurrió.

Un fogonazo breve desde la planta baja de un edificio semioculto.Un rugido.Y el impacto.

El Panzer IV se sacudió violentamente. La oruga izquierda se elevó medio metro. El interior estalló en chispas, humo y gritos.

—¡Impacto directo! ¡Caemos! —gritó Lukas.

—¡Fuego en el compartimento trasero! ¡Evacuación! —ordenó Falk.

Konrad sangraba del costado. Lukas no se movía. Tenía la pierna atrapada y la mirada nublada. Ernst y Helmut actuaron sin dudar: arrastraron a Lukas hacia la escotilla mientras Falk y Ernst sacaban a Konrad.

El tanque quedó atrás, humeante.No ardía aún…Pero ya no era más un blindado.Era chatarra gloriosa.

Un grupo sanitario apareció por la calle adyacente, tirando de una carreta improvisada tras un camión ligero. Al verlos, uno de los enfermeros hizo una señal.

—¿Heridos? ¡Aquí!

Konrad fue cargado sin problemas. Estaba consciente, pálido, pero lúcido.

Lukas, en cambio, no se movía.Sangraba por la boca. Tenía la mirada perdida, fija en un punto que ya no existía. Cuando Ernst intentó levantarlo, soltó un gemido bajo, apenas audible. Su pierna estaba destrozada. La cadera desencajada. El costado… hundido.

—¡Lo tenemos que evacuar YA! —gritó Helmut.

Uno de los sanitarios miró, evaluó rápido, y pasó de largo.

—No responde. Primero los que pueden ser estabilizados.

—¡No! —Falk se adelantó, se interpuso.

—¡Está inconsciente! ¡No va a resistir si no lo tratáis ahora!

—¡Tenemos más en la lista! ¡Haced sitio!

Entonces, Falk sacó su pistola.

—¡He dicho que LO ATIENDAN! —rugió. Apuntó directo al pecho del sanitario.

Todos se congelaron.

—O lo tratáis ahora… o uno de los dos muere aquí.

El silencio fue brutal. Hasta el fuego urbano pareció alejarse.

El camillero, pálido, bajó la vista y asintió. Se giró.

—Cargadlo. ¡YA!

Lukas fue subido entre cuatro. Uno murmuró que no lo lograría. Falk lo oyó. No dijo nada. Solo mantuvo el arma levantada… hasta que desaparecieron entre el humo.

Helmut lo miró.

—No hacía falta.

Falk bajó lentamente la pistola. La guardó.Y respondió sin mirar a nadie:

—Sí. Sí hacía falta.

Esa noche, por primera vez, no lucharon.Ni avanzaron.Solo esperaron.

Sin acero.Sin tanque.Sin saber si volverían a rodar juntos.

Y Falk, sentado contra un muro, pensó por primera vez que tal vez, solo tal vez,el precio por llegar hasta Kiev había sido demasiado alto.