Capítulo 32: Respirar otra vez

Hospital de campaña, retaguardia del sector sur — 2 de octubre de 1941

El viento sacudía las lonas del hospital improvisado, cargado con un olor espeso a desinfectante, alcohol barato y muerte reciente. Dentro, los murmullos eran bajos, como si el sufrimiento no debiera molestar a los que ya descansaban en paz.

En una camilla, con la mitad del torso vendado, Lukas Engel respiraba con dificultad pero con los ojos abiertos. Frente a él, estaban los suyos.

Falk se acercó primero. De entre los pliegues de su chaqueta manchada de humo sacó una pieza del manillar izquierdo del Panzer, ennegrecida y doblada.

—No quedó mucho. Pero esto… —le tendió el trozo— esto sí importa.

Lukas lo cogió con dedos temblorosos, lo giró entre sus manos y asintió. No lloró, pero el temblor en su mentón decía más que cualquier lágrima.

Konrad, con el brazo en cabestrillo y la voz aún ronca por la metralla, se sentó con dificultad en una silla cercana.

—Pensé que eras tú el que me venía a visitar, no al revés —dijo. Y luego sonrió por primera vez en días.

Helmut dejó un termo sobre una mesita improvisada.

—Café de hospital. O algo que pretende serlo. Nos costó sobornar a una enfermera.

—Y eso que aún no nos pagan —añadió Ernst, dejando a un lado una bandera improvisada, arrancada del mástil del ayuntamiento. Era azul y amarilla, desgarrada por el fuego.

Lukas la miró largo rato.

—Entonces… ¿lo hicimos?

—Lo hicimos —afirmó Falk—. Y tú estabas con nosotros.

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Durante un rato hablaron poco. Solo gestos, bromas sueltas, miradas cómplices. Como si bastara con saberse vivos. Como si cada respiración fuera una victoria.

Lukas, con voz apagada, dijo:

—Cuando volvamos al frente, pedid que me pongan a conducir otra vez. Aunque sea un tractor.

—No va a hacer falta —contestó una voz grave a sus espaldas.

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Era SS-Hauptsturmführer Albrecht, impecable como siempre, aunque con los ojos hundidos de quien ha dormido poco. Llevaba un sobre de cuero bajo el brazo y la mirada directa a Falk.

—¿Puedo hablar contigo fuera?

Falk asintió y salió de la tienda junto a él.

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Exterior del hospital, minutos después

La noche se cernía sobre el campo, pero la luna bastaba para ver los rostros endurecidos por el combate. Albrecht encendió un cigarrillo y extendió el sobre a Falk.

—Órdenes del Alto Mando. Vas a Francia.

Falk alzó una ceja.

—¿Francia?

—Zona de reestructuración. Está en marcha un nuevo modelo de Panzer IV. Cañón largo. Blindaje frontal reforzado. Guderian y Speer han adelantado el proyecto tras los informes del frente oriental. El tuyo será uno de los primeros.

Falk no respondió de inmediato. La noticia tardaba en asentarse.

—¿Y mi tripulación?

—Vais todos. En cuanto estén listos, partiréis. Lukas tiene prioridad médica. Estará en condiciones en unas semanas, según el parte. Konrad igual. A Helmut ya le ofrecieron quedarse como operador de señales. Lo rechazó. Dijo que su frecuencia está con vosotros.

Falk dejó escapar una risa breve, casi incrédula.

—¿Y tú?

—Yo no voy. Me quedo. La ofensiva sigue. Pero nos volveremos a ver. Y cuando lo hagamos, será para abrir camino a Moscú con fuego y acero.

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Falk miró hacia el hospital. Dentro, sus hombres reían. O al menos intentaban hacerlo. Los cinco. Como siempre.

—Gracias, Hauptsturmführer.

Albrecht lo miró, serio.

—Gracias a ti. Por no romperte. Por seguir pensando. Por no convertirte en piedra como tantos otros.

Se estrecharon la mano, como soldados. Pero se soltaron como hombres.

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Esa noche, Falk volvió a la tienda con pasos firmes. No era la guerra lo que lo sostenía. Era la certeza de que, pese a todo, su equipo respiraba. Y volvería a rodar.