Capítulo 36: Camino del sur

Andalucía — 8 de diciembre de 1941

El tren blindado cruzó la frontera al amanecer, dejando atrás la bruma helada del sur de Francia. Al entrar en territorio español, el convoy redujo la velocidad. Los raíles crujían con un ritmo solemne, y la Guardia Civil vigilaba desde los márgenes con mirada dura y boinas encajadas hasta las cejas.

Falk Ritter observaba el paisaje por la rendija del vagón. Aquel suelo no era enemigo. Era aliado. Pero la sensación era extraña: como si hubieran cruzado de un campo de batalla a un recuerdo.

—¿Esto también es el frente? —preguntó Helmut, con la radio apagada por primera vez en semanas.

—Aún no —respondió Falk—. Pero todo camino que lleva a la guerra… ya forma parte de ella.

**

En la estación de Córdoba, un grupo de falangistas saludó al paso del tren. Pan, café y algo de conversación en mal alemán. Muchos llevaban el yugo y las flechas en el pecho, otros mostraban viejas cicatrices de la Guerra Civil. Algunos admiraban a los alemanes. Otros los temían. Pero todos los reconocían.

—Demasiado entusiasmo —murmuró Ernst.

—O demasiado vacío —replicó Konrad sin apartar la vista.

**

Cerca de Ronda, el tren se detuvo unos minutos. Desde allí, en el horizonte, podía verse la silueta rocosa que se alzaba sobre el mar.

Gibraltar.

El recuerdo cayó sobre ellos sin aviso.

—¿Lo recordáis? —preguntó Falk.

Lukas asintió lentamente.

—Aquella noche… el cielo parecía arder.

Konrad se apoyó en el marco de la puerta del vagón.

—Fue rápido, pero no limpio. Artillería desde las colinas. Tiradores ingleses en los túneles. Y fuego naval, aunque llegamos antes de que pudieran organizarse.

Ernst escupió al suelo.

—Las cuevas parecían el infierno. Y los marineros que se rindieron… ni siquiera hablaban. Solo nos miraban como si fuéramos fantasmas.

Helmut sacó una fotografía doblada del bolsillo interior. Una toma borrosa de la bandera alemana ondeando sobre el peñón.

—Pensábamos que con eso ganaríamos la guerra.

Falk no dijo nada. Pero recordaba perfectamente el olor a cordita, la sangre en las piedras, y la certeza de que aquel peñón, más que una victoria, había sido una advertencia: ningún lugar era impenetrable… ni eterno.

**

En Algeciras, los tanques fueron bajados de los vagones y montados en camiones rumbo al puerto. Desde allí, cruzarían el Estrecho. El Mediterráneo ya no era un obstáculo. Era una ruta.

Lukas bajó del vehículo, el viento cálido en la cara.

—Así que este es el principio del desierto.

—No —dijo Falk—. Esto es el fin de Europa.

**

Esa noche, acamparon cerca de la costa. Las luces de Ceuta y del norte de África parpadeaban al otro lado del agua. Un grupo de soldados españoles compartió tabaco y aguardiente con ellos. Uno de ellos hablaba un alemán tosco.

—¿Volvéis al infierno? —preguntó.

Falk tardó en responder.

—No. Vamos al siguiente.

**

Y mientras los barcos se alineaban en el puerto, listos para zarpar al amanecer, la tripulación del Panzer IV se sentó junta bajo las estrellas.Ni en Francia. Ni en Ucrania. Ni en Alemania.Allí, en suelo amigo y extraño a la vez, comprendieron que ya no quedaba regreso.

Solo ruta.Y arena.