A las puertas de El Alamein — 19 de diciembre de 1941
El motor vibraba como un corazón contenido. No avanzaban aún. No disparaban. Solo esperaban. El blindado estaba en posición, medio oculto tras una elevación arenosa, con el cañón apuntando hacia el este.
Dentro del Panzer IV, el silencio era espeso. Cada uno respiraba, pero no hablaba. Cada uno vivía, pero hacia dentro.
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Lukas tenía la vista fija en el medallón que colgaba justo frente a él. La cruz plateada de María oscilaba con los baches del terreno, reflejando pequeñas chispas de luz que entraban por la rendija de la escotilla. La carta la había leído tantas veces que ya se la sabía de memoria. Y aun así, la llevaba en el bolsillo, doblada con cuidado, como si al tenerla cerca pudiera entender mejor el idioma del corazón.
No pensaba en la batalla.Pensaba en su voz.Y en si algún día podría oírla de nuevo, sin el rugido del acero entre medias.
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Konrad tenía los ojos cerrados, pero no dormía. Recordaba. Los combates en Polonia. La trampa de las Ardenas. Las casas ardiendo en Kiev.Sabía cuántos disparos había hecho. Cuántos habían impactado. Cuántos hombres habían muerto sin tiempo siquiera de gritar.
No se arrepentía. Pero había empezado a contar los silencios.Y esos eran peores.
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Ernst miraba una vieja fotografía arrugada que guardaba en la solapa interior: una mesa de madera, tres rostros sonrientes: sus hermanos.Uno en la Kriegsmarine. El otro, en casa con los padres. Y él, el del medio, el fuerte, el que “aguantaría cualquier frente”.
Pensaba en su madre. En si seguía mandando cartas.En si aún quedaba casa.En si ellos también pensaban en él… como si estuviera ya lejos del todo.
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Helmut no miraba nada. Solo pensaba.¿Por qué luchaban contra los británicos?Los escuchaba por radio. Sus voces no eran monstruosas. Sus órdenes eran idénticas. Mismo miedo, misma estrategia.A veces no distinguía si las voces eran de un enemigo… o de otro reflejo suyo.
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Falk, en la escotilla, lo veía todo y a la vez no miraba nada.
No odiaba a los británicos.Los consideraba soldados. Profesionales. Competentes.Pero no enemigos. No como lo era Rusia.No como ese monstruo de barro, fuego y fanatismo que había sentido respirarle en el cuello cerca de Kiev.
Él luchaba por sus hombres. Por no dejarlos solos. Por no fallarles.La política, el Reich, las órdenes… todo eso era ruido.
Él solo veía objetivos.Y cada vez que disparaba, era para que los demás volvieran a casa.
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El motor volvió a rugir. La radio sonó. La ofensiva comenzaría pronto.Pero en ese instante, dentro del tanque, el silencio aún era suyo.Y bajo el acero, más que soldados, eran solo hombres que intentaban seguir siendo humanos.