Capítulo 43: El rugido en las ruinas

El Alamein — 20 de diciembre de 1941

Desde la escotilla del Panzer IV, Falk contemplaba el horizonte como si lo midiera con los ojos. La bruma del desierto se alzaba entre ruinas dispersas, matorrales calcinados y restos de alambradas. Más allá, al este, se levantaba la ciudad de El Alamein: baja, gris, polvorienta, pero clave.

"Si tomamos esto… Egipto se abre.Y si cae Egipto, el imperio británico empieza a sangrar desde dentro."

Pensó en el Nilo, en Alejandría, en el canal de Suez. Y por un momento, sintió que la guerra, esa sombra inmensa, se concentraba en aquel pedazo de tierra olvidada entre mar y arena.

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Los tanques de la Leibstandarte avanzaban como bestias disciplinadas, en formación de pinza junto a unidades italianas. Falk estaba en el extremo izquierdo. Infantería española corría entre muros y pasajes, cubriéndose con humo y metralla.

—Posiciones británicas al otro lado de la avenida —informó Helmut por radio—. Tropas y vehículos en retirada. Pero no están cediendo. Se están reagrupando.

—Se están preparando para contraatacar —dijo Falk sin dudar.

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La primera explosión fue inesperada. Un Panzer III a su derecha estalló tras un impacto directo. Luego otro. Un Matilda británico había salido de entre los edificios. Y no venía solo.

—¡Contacto con blindados enemigos! ¡Múltiples objetivos!

Una columna de tanques británicos irrumpió por el flanco norte. Los alemanes, sorprendidos, intentaron reagruparse, pero otro proyectil voló el casco de un segundo Panzer.

—¡Estamos rodeados! ¡Nos han cogido entre bloques! —gritó una voz por la radio antes de cortarse.

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Falk no perdió tiempo.

—Konrad, apunta al segundo de la columna. No al primero.Ernst, prepárate para recargar en frío.

El primer disparo golpeó la torreta del segundo tanque británico. La explosión bloqueó a los que venían detrás. El polvo los cegó. El humo los forzó a dispersarse.

Uno de los tanques alemanes intentó retirarse… y fue alcanzado.En cuestión de minutos, Falk quedó solo en esa manzana improvisada de guerra.

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—Lukas, gira 30 grados. Usa la sombra del muro. Quiero el cañón alineado con ese cruce.

—Entendido.

Desde esa posición, Falk se convirtió en una trampa viviente. Dejó pasar al siguiente tanque británico hasta que lo tuvo a tiro… y disparó sin dudar. Impacto. Incendio. Confusión.

El siguiente se detuvo, dudó… y eso fue su error. Falk lo destruyó con precisión quirúrgica. Uno a uno, los fue derribando, usando los ángulos, los escombros, y la desesperación del enemigo.

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Cuando la radio quedó en silencio y el sol se alzó más alto, no quedaba ningún tanque británico en pie en ese sector.

Falk respiró hondo.

El Panzer humeaba por dentro.Las orugas estaban sucias, arañadas.Pero seguía en pie. Y con él, el frente.

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Horas más tarde, un oficial del Afrika Korps se acercó al vehículo.—¿Falk Ritter?

—Sí.

—Se le requiere en el puesto de mando. Rommel quiere saber cómo detuvo usted solo un contraataque blindado.

Falk no respondió. Solo bajó del Panzer, cubierto de polvo y sudor.

—No estaba solo —dijo, mirando a su tripulación.

—Hoy, lo parecía —respondió el oficial.

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En las ruinas de El Alamein, entre fuego y silencio, había nacido un as.Uno que no buscaba gloria,pero que ya era leyenda.