Capítulo 50: Ecos en el acero nuevo

Egipto — 27 de diciembre de 1941, al anochecer

El campamento era apenas un círculo de tiendas y motores adormecidos. Los blindados estaban alineados como animales dormidos bajo las estrellas, y los hombres, aún sin conocer del todo sus propios nombres, comenzaban a observarse entre sí.

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En torno a una pequeña lámpara de aceite, algunos de los nuevos tanquistas compartían una ración caliente y algo de café enlatado. Las bromas eran torpes, como si cada palabra fuera una prueba. Uno intentó imitar el acento bávaro de su compañero. Otro se burló de lo lento que habían cargado el cañón durante las maniobras.

—¿Tú disparaste en maniobras? A nosotros ni nos dejaron tocar el gatillo.

—Pues prepárate. Aquí no hay segunda oportunidad.

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Jürgen Adler, el idealista, estaba sentado con la espalda recta, observando a los demás sin perder la sonrisa.

—El frente nos hará iguales —dijo, como quien recita un pensamiento profundo.

Uno de los conductores rio entre dientes.

—El frente hace iguales… a los que quedan.

El comentario cayó con peso. Nadie respondió.

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A unos pasos de distancia, Falk observaba todo en silencio, con los brazos cruzados y el uniforme medio abierto por el calor. Sus propios hombres —Konrad, Ernst, Lukas y Helmut— estaban más atrás, hablando poco, mirando mucho.

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En la mente de Falk, los pensamientos se mezclaban con imágenes: el fuego en Varsovia, el lodo en Kiev, la emboscada en El Alamein. Pero esta vez, lo que sentía no era miedo al enemigo.

Era la responsabilidad.

Un error ya no significaría solo una baja en su blindado.Ahora podía perder hombres que ni siquiera conocía aún.Y lo que era peor: podía ordenarles morir… sin tiempo para explicarse.

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Helmut se le acercó y murmuró:

—¿Y bien? ¿Qué opinas?

Falk no respondió de inmediato. Miró a Adler. Luego al que se había burlado. Luego a los demás.

—Aún son ecos —dijo por fin.

—¿Ecos?

—Sí. Voces que repiten lo que han oído.—Cuando empiecen a hablar con la suya propia… entonces sabré qué tengo entre manos.

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Esa noche, nadie soñó tranquilo.Porque incluso sin disparos, la guerra ya había empezado dentro de ellos.