Capítulo 51: El día que ni la guerra supo qué hacer

Frente africano — 1 de enero de 1942

No se oía ningún avión.No zumbaba ningún motor de reconocimiento.No retumbaban cañones, ni siquiera al fondo.Solo el viento. Y el sol.

El Panzer IV de Falk estaba en posición avanzada, en un pequeño claro entre dos ondulaciones arenosas. Detrás, los otros tanques del pelotón permanecían detenidos. Ninguno con el motor encendido.

No había órdenes.No había disparos.No había miedo.

Solo una sensación extraña que recorría las filas como un eco contenido:esa mañana, nadie parecía tener intención de matar.

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Helmut fue el primero en romper el silencio desde la radio:

—Ningún mensaje. Silencio total en las frecuencias británicas.

Ernst, sentado junto al cargador principal, jugueteaba con un trozo de cuerda.

—¿Habremos ganado y no nos han dicho nada?

Konrad negó con la cabeza.

—Ni ellos ni nosotros disparamos. Eso nunca es buena señal. Es… raro.

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Falk observaba por la escotilla. A lo lejos, en una colina lejana, un soldado británico caminaba por la línea enemiga con las manos a la espalda. Desarmado. Solo. Como quien pasea antes del almuerzo.

Nadie le disparó.

Falk bajó la cabeza.No dijo nada.

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Al mediodía, el sargento de una unidad española se acercó al campamento alemán con una botella de vino entre las manos y una sonrisa cansada.

—No hemos venido a pedir refuerzos —dijo en un alemán tosco pero claro—. Solo a compartir lo que queda de una Nochevieja improvisada.

Le acompañaban dos soldados italianos con pan duro, embutido rancio y algunas latas.

—Y traemos café —dijo uno de los italianos—. Del bueno. De antes de la guerra.

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Comieron juntos. Sentados en la arena, sin sillas ni banderas.Pasaron el vino de mano en mano. Compartieron una hogaza.No hablaron de la guerra. Ni del mañana.Solo del calor. De sus pueblos. De lo que echaban de menos.Y por un momento, fue suficiente.

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Lukas susurró:

—Mi madre decía que el primer día del año marca cómo será el resto.—Ojalá tenga razón.

Nadie se rió. Nadie lo contradijo.Pero todos, en su interior, quisieron creerlo por un momento.

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Al caer el sol, cuando los motores volvieron a encenderse, nadie mencionó lo que había ocurrido.Porque no sabían cómo llamarlo.

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Solo quedó un pensamiento. Un susurro que no se dijo en voz alta.Pero que todos compartieron:

Ni la guerra supo muy bien qué hacer con el primer día del año.