Camino a Alejandría — 4 de enero de 1942
Avanzaban en columna por una zona estrecha entre colinas de arena y maleza seca, al este de una aldea abandonada. El mapa no marcaba resistencia. La radio no emitía señales. El cielo estaba limpio.
Demasiado limpio.
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Falk, desde la escotilla, sentía algo en el estómago. No era miedo. Era esa sensación que uno solo aprende con el tiempo:el silencio denso de una emboscada que aún no ha comenzado.
—Helmut —dijo con voz baja—. Que el segundo tanque reduzca distancia.—No quiero huecos entre nosotros.
Pero la orden llegó tarde.
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El disparo fue seco. Cortante. Ni siquiera un zumbido previo.El proyectil perforó el frontal del segundo Panzer del pelotón y lo hizo arder al instante, con una columna de humo negro que estalló como un látigo.
—¡Antitanque! ¡Oeste! ¡Cobertura parcial en la colina! —gritó Konrad.
Falk reaccionó sin pensar.
—¡Giro inmediato! ¡Ernst, carga! ¡Konrad, prepárate para tiro directo! ¡Lukas, a cubierto tras ese montículo!
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El pelotón se dispersó como pudo. El polvo lo cubría todo. Otro disparo silbó cerca, golpeando el blindaje lateral del tercer Panzer, sin penetrarlo.
Falk giró el cañón, localizó el destello… y disparó.
Impacto.Silencio.Nada.Y luego una segunda explosión: el antitanque británico volaba por los aires.
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Cuando todo terminó, el humo seguía saliendo del tanque destruido. Nadie salió.Falk bajó de su Panzer. Caminó despacio. No dijo nada.
Los demás observaban desde lejos. Uno de los nuevos tanquistas vomitó junto a una roca.
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—¿Quién era? —preguntó Ernst con voz baja.
Falk miró la torreta destrozada. El número en el lateral.
—Krause. Y su tripulación.
Silencio.
—No cometieron errores. Solo fueron los primeros.
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Más tarde, mientras los cuerpos eran retirados y los tanques retomaban la marcha, Falk volvió a subir a su escotilla.
—Un mando no se mide por las órdenes que da —pensó—.Sino por los nombres que no puede borrar.
Y el convoy siguió.Un tanque menos.Una lección más.Y la guerra, aún sin decir todo lo que tenía preparado.