Egipto — 5 de enero de 1942
La marcha continuó al amanecer.El sol parecía más frío. O tal vez era solo el recuerdo de lo que habían dejado atrás.
El pelotón avanzaba con orden. Los motores rugían con fuerza. La ruta hacia Alejandría seguía abierta… pero no intacta.
El hueco en la formación del pelotón era evidente.No porque faltara un tanque,sino porque faltaba un ritmo.
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En el interior del Panzer, nadie hablaba más de lo necesario.
—Frecuencia segura —dijo Helmut.
—Presión correcta —añadió Ernst.
—Trayectoria libre. Sin marcas recientes —Konrad.
Y Falk, al frente, escuchaba.Respondía con gestos.Y pensaba en Krause.
No era culpa suya. Lo sabía.Pero tampoco era ajeno.Ahora era suya esa pérdida. Como todas las que vinieran después.
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En una parada breve, mientras repostaban combustible, Lukas apoyó la espalda en el costado del Panzer. Fumaba en silencio.
—No me caía especialmente bien —dijo de repente—.Pero conducía bien. Y no merecía eso.
Falk asintió.
—Ninguno lo merece. Y todos lo sabemos.—Solo que antes era más fácil ignorarlo.
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Unos metros más allá, los nuevos miembros del pelotón hablaban en voz baja. Nadie alzaba la voz. Nadie hacía bromas.
Ya eran diferentes.No por lo que habían vivido.Sino por lo que habían perdido.
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Al reanudar la marcha, Falk miró el hueco en la formación.Donde debería estar el blindado de Krause.Y supo que, aunque llenaran ese espacio con otro tanque, ese lugar nunca estaría ocupado del todo.
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Y así lo pensó, con la mirada fija en el horizonte:
—Habrá más bajas. Más nombres. Más fuegos.Pero esta fue la primera.Y esta será la que pese cada vez que dé una orden.
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La columna siguió.La guerra también.Y Falk… ya no era el mismo.