Capítulo 59 – Alas sobre el polvo

Base avanzada de la Luftwaffe, costa egipcia2 de enero de 1943

El calor distorsionaba el aire sobre la pista improvisada. El metal crujía bajo la tensión del desierto. Dos Messerschmitt Bf 109 F-4/trop esperaban alineados, sus motores entibiados, cubiertos de polvo y redes. Un mecánico rascaba con furia los filtros de arena de uno de ellos, mientras otro ajustaba las ametralladoras MG sincronizadas.

A la sombra de un toldo militar deshilachado, el Oberleutnant Klaus Marwitz, veterano de la JG 27, bebía de su cantimplora con la mirada perdida. Su mono de vuelo estaba manchado, los guantes colgaban del cinturón, y las botas habían perdido todo brillo meses atrás.

A su lado, el teniente Otto Weiss revisaba el parte de operaciones. Lo soltó con una mueca.

—Petición de apoyo aéreo en el sector este de El Imayid. Punto crítico. Quieren que interceptemos blindados enemigos y destruyamos una posición antitanque… ¿Adivinas quién lo pide?

Marwitz ya lo intuía. No respondió.

Weiss continuó:

—La Leibstandarte. Otra vez. Siempre ellos.

Marwitz esbozó una sonrisa cansada.

—Siempre donde duele más. Si la llave negra aparece en el mapa, sabes que es el frente real.

Weiss asintió en silencio. Ambos sabían que la insignia de esa división —ese símbolo que muchos decían que era una "llave" negra— se había convertido en un aviso brutal: si estaba ahí, no era una maniobra. Era el asalto principal.

—¿Sabes lo que dicen los italianos? —comentó Weiss mientras subía al avión—. Que esa llave no abre puertas. Las revienta.

Marwitz rió por lo bajo.

—Y que siempre la empuñan los que tienen más bajas. No son invencibles. Solo son los únicos que siguen caminando tras perder medio pelotón.

—¿Crees que es cierto lo del tal Ritter? —preguntó Weiss con tono curioso—. Dicen que su pelotón ha sobrevivido a Varsovia, Kiev y Alamein sin perderse.

Marwitz dudó un instante.

—No creo en leyendas. Pero si él va al frente, yo no quiero fallar desde el aire.

Ambos pilotos subieron a sus cazas. El motor tosió, rugió, luego se estabilizó. Mientras despegaban, levantando una nube de polvo ardiente, los mecánicos se protegieron los ojos.

Allá en la distancia, donde los mapas marcaban el peligro real, la llave negra pedía paso. Y como siempre, los cielos respondían.