Las explosiones habían cesado, pero el aire seguía temblando.
El pelotón de Falk avanzaba entre las ruinas humeantes de lo que había sido un punto de resistencia británico. Arena removida, sacos desgarrados, restos de blindados y cráteres calientes aún. El enemigo ya no disparaba. Solo quedaba el eco de lo que había sido una defensa valiente.
—Sector limpio —informó Ernst.
—No. Aún queda alguien —respondió Falk, mirando a lo lejos.
Y entonces los vieron.
Una compañía entera de soldados británicos emergía de entre las posiciones traseras. Cascos cubiertos de polvo, uniformes desgarrados, algunos con vendajes improvisados. Venían sin armas. Las manos alzadas. Serios, firmes. Sin miedo, pero con resignación.
Falk detuvo el Panzer y subió por la escotilla.
Los soldados del pelotón bajaron también, algunos con armas listas, otros simplemente observando. Nadie disparó. Nadie gritó. Solo el viento del desierto y las botas acercándose.
El oficial al mando, un capitán de rostro curtido y mirada templada, se detuvo a unos metros de Falk.
—Captain Harold Vickers. 2nd Company, Royal Northumberland Fusiliers —dijo, en inglés.
Falk no respondió al instante. Bajó de su Panzer con lentitud y se acercó, sin desenfundar.
—Falk Ritter. Zugführer, Leibstandarte —respondió en un alemán pausado, con acento firme pero sin arrogancia.
Vickers alzó la barbilla.
—Mis hombres han hecho lo que podían. No hay nada más que dar. No me arrepiento de haber luchado.
Falk lo miró con una expresión que no era de dureza, ni de admiración. Era... respeto contenido. Como si hubiera visto ese gesto mil veces, y supiera que no todos sabían hacerlo con dignidad.
—Nadie os pedirá que os arrepintáis —dijo Falk.
Una pausa.
Falk levantó el brazo y señaló a Helmut y Konrad.
—Recoged a los heridos. Agua para todos. Buscad lo que puedan necesitar. Que se les trate como prisioneros, no como ganado.
Los británicos parecieron relajarse un poco, pero no sonrieron. No había nada que celebrar.
Vickers ofreció un gesto breve con la cabeza. No dijo “gracias”. Solo sostuvo la mirada.
Falk se la devolvió.
Cuando volvió a subir al Panzer, Helmut le preguntó en voz baja:
—¿Qué hacemos ahora?
Falk se sentó, cerró la escotilla, y respondió:
—Ahora… avanzamos.