El humo de la rendición aún flotaba sobre el terreno cuando el frente volvió a rugir.
No fue una emboscada. Fue algo peor: una respuesta organizada, un contraataque bien planeado por unidades británicas que aún resistían más al sur. Un golpe a media tarde, con artillería móvil y blindados ligeros camuflados entre las dunas.
Falk apenas había reorganizado a sus hombres tras la entrega de prisioneros cuando estallaron los primeros obuses.
—¡Cobertura! —gritó Helmut desde la radio.
El Panzer IV de cañón largo de Vogel, uno de los más nuevos del pelotón, recibió un impacto lateral. El proyectil no penetró del todo, pero la explosión reventó parte del chasis y lanzó fragmentos por todo el interior. El blindado quedó inmóvil, humeando, sin señales de vida por unos segundos que parecieron horas.
—¡Panzer IV tocado! ¡Tripulación atrapada! —anunció Ernst.
Falk no dudó. Su propio tanque se adelantó, colocándose como escudo frente al fuego enemigo mientras Konrad disparaba dos proyectiles seguidos para cubrir la retirada.
Desde el interior del tanque dañado, uno a uno fueron saliendo los tripulantes, ensangrentados pero vivos. Dos de ellos caminaron con ayuda; otro salió arrastrándose, con metralla en la pierna.
—¿Muertos? —preguntó Falk al verlos agruparse en la retaguardia.
—No. Por milagro. Pero están fuera de combate —respondió Helmut.
Vogel, con un vendaje improvisado en la frente, se mantenía de pie con dificultad.
—Lo siento… —balbuceó.
Falk lo miró fijo.
—¿Respiras?
—Sí, señor.
—Entonces no te disculpes.
Los disparos cesaron tras varios minutos de tensión. El enemigo se replegaba, pero el mensaje estaba claro: la lucha seguía viva.
Helmut miró el humo denso que salía del Panzer IV destruido.
—Otro menos.
—Sí —respondió Falk, seco—. Pero no serán los últimos.
Miró al horizonte.
Y supo que Alejandría aún estaba lejos.