Capítulo 65 – Cuando la ciudad se rinde sola

Periferia oeste de Alejandría4 de enero de 1943

No hubo última defensa.

No hubo barricadas finales, ni fuego cruzado en las calles, ni emboscadas desesperadas. Cuando el pelotón de Falk entró en Alejandría, lo hizo con el motor al ralentí y el cañón apuntando a nada.

Las calles estaban vacías. Solo el eco de las orugas retumbaba entre los edificios coloniales, polvorientos y silenciosos. Había humo, sí. Y ruinas. Pero no había combate. La ciudad ya había caído.

—Parece una trampa —dijo Ernst, tenso tras la mira.

—No lo es —respondió Falk sin apartar la vista—. Ya no queda nadie que pueda detenernos.

A su paso, los soldados italianos y españoles se alineaban en los cruces, observando a los blindados de la Leibstandarte como si fueran el martillo que había terminado el trabajo. Algunos saludaban con discreción. Otros simplemente se hacían a un lado.

Los civiles que aún quedaban miraban desde puertas entreabiertas. Callaban. No eran vítores, ni odio. Solo fatiga y resignación.

En el centro de la ciudad, un pequeño destacamento británico entregó formalmente el control al Alto Mando italiano. Los oficiales alemanes presentes se limitaron a observar en silencio. El mapa cambiaba de forma, pero la sangre ya se había derramado antes de firmar nada.

Falk detuvo su Panzer en la plaza principal. El motor quedó en silencio.

—¿Eso es todo? —preguntó Helmut, casi incrédulo.

Falk no respondió. Bajó de la escotilla, contempló los balcones vacíos y las banderas rasgadas.

—Esto no es victoria —dijo finalmente—. Es solo el final de otra batalla.

Y sin más, encendió un cigarrillo y se quedó allí, en mitad de Alejandría, como si la guerra pudiera pausarse con un solo aliento… aunque solo fuera por un instante.