Mar Mediterráneo – A bordo del transporte militar "Ostwind"10 de enero de 1943
El barco no se movía con violencia, pero el sonido del casco al cortar el agua era constante. Falk estaba sentado en cubierta, con las botas apoyadas contra una caja vacía de munición. No escribía. No hablaba. Solo observaba el mar como si intentara descifrarlo.
A pocos metros, el resto del pelotón compartía silencio y humo de cigarrillo. Había más soldados en la cubierta, pero nadie molestaba a los de la Leibstandarte. No era miedo. Era respeto.
—No me lo creo —dijo Helmut, rompiendo el silencio—. Francia. Invierno. Calefacción. Pan caliente. ¿Seguro que no es una trampa?
—Si lo es —respondió Konrad—, que al menos venga con sopa caliente.
—Yo solo quiero dormir sin arena en los dientes —añadió Ernst.
Vogel, apoyado contra la barandilla, miraba el horizonte.
—¿Y si todo ha terminado?
Los veteranos lo miraron. Konrad soltó una risa sin alegría.
—Muchacho, si esto hubiera terminado, no nos estarían llevando a Francia. Nos habrían dejado en El Cairo con una medalla.
—Nos están llevando a por más guerra —añadió Falk, sin levantar la voz—. Pero con juguetes nuevos.
Helmut lo miró de reojo.
—¿De verdad crees que nos darán esos nuevos tanques? ¿Tigres, Panthers…?
—Nos darán lo que no quieran perder ellos —respondió Konrad.
—¿Y qué harás tú si te lo dan? —preguntó Ernst a Falk—. ¿Le pondrás nombre al tuyo?
Falk lo pensó un segundo.
—No. Solo es un casco. Somos nosotros quienes luchamos.
—
Días después – En tren, atravesando Provenza14 de enero de 1943
Los campos estaban helados. El vapor del tren se mezclaba con la niebla. En los vagones de madera, los hombres dormitaban con los abrigos hasta el cuello. Algunos hablaban en voz baja. Otros simplemente miraban por las rendijas.
Vogel hojeaba un pequeño cuaderno con fotos familiares. Udo leía una carta en voz baja, como si cada palabra pudiera romperse. Konrad tallaba algo en la culata de su rifle con la punta de una bala.
Falk solo observaba. No pensaba en lo que había pasado. Ni en lo que vendría. Solo sentía el traqueteo del tren y la sensación de que ese silencio era un lujo que no duraría mucho.
Helmut se sentó a su lado.
—¿Tú crees que esta vez sí podremos respirar?
Falk no respondió. Pero tras unos segundos, dijo:
—Solo si no se nos olvida cómo hacerlo.
—
Entrada al centro de instrucción, norte de Orleans15 de enero de 1943
El tren se detuvo. Las puertas se abrieron con un golpe metálico. El aire era frío, pero olía a tierra firme, a hierba mojada y humo de cocina.
Ningún disparo. Ninguna orden. Solo la calma tensa de los lugares donde aún no ha llegado la guerra.
Falk bajó primero. El resto lo siguió.
Habían sobrevivido. Pero sabían que eso no duraba.