Capítulo 72 – Lo que no se dice

Centro de operaciones de campaña – Norte de Orléans21 de enero de 1943, anochecer

El despacho era pequeño, con una estufa vieja y un escritorio manchado de café. Mapas doblados, ceniceros llenos. Las paredes de madera crujían con el frío. Nada en la escena sugería poder ni gloria.

Albrecht estaba sentado, sin gorra, con las mangas arremangadas y un cigarro casi apagado entre los dedos. Cuando Falk entró, no se cuadró. Solo cerró la puerta tras de sí.

—Siéntate —dijo Albrecht, sin levantar la voz.

Falk lo hizo. Nadie habló durante unos segundos. Fuera se oía el arranque de un motor.

—¿Y bien? —preguntó Albrecht.

—Los tanques responden. El Tiger impresiona. A todos.

Albrecht asintió.

—¿Y tú?

Falk dudó un segundo. Luego respondió:

—Yo hago lo que siempre he hecho. Responder por los que van conmigo.

El cigarro de Albrecht se apagó sin que se dieran cuenta. Lo dejó en el cenicero con un gesto automático.

—Vais a volver al Este. Lo sabes.

Falk asintió.

—Lo imaginaba.

—No hay fechas aún. Pero el canal está asegurado. África es polvo. Y Moscú aún no ha caído.

Un silencio pesado se instaló entre los dos.

—¿Te pesa? —preguntó Albrecht de pronto.

—¿El qué?

—Llevarlos. Volver. Mandar.

Falk respiró hondo.

—Solo cuando se callan. Mientras disparan, no hay espacio para pensar.

Albrecht lo miró por unos segundos.

—Has cambiado.

Falk sostuvo la mirada.

—¿Para peor?

—Para lo que toca —respondió Albrecht.

Se hizo un nuevo silencio. Más cómodo esta vez. Como entre viejos soldados.

—Van a esperar mucho de vosotros —añadió Albrecht—. Nueva tecnología, nuevo frente. No seréis un pelotón. Seréis el símbolo.

—Entonces no podemos permitirnos fallar.

—No. Pero puedes permitirte tener miedo.

Falk bajó la vista, solo un segundo.

—El miedo nunca fue el problema. El problema es dejar de moverse.

Albrecht se levantó. Le ofreció la mano.

—No hay nada más que decir.

Falk se puso en pie. Apretó su mano. Y justo antes de salir, se giró.

—Gracias por decirlo sin decirlo.

Albrecht sonrió, apenas.

—Ya nos entendemos sin hablar, Falk. Por eso estás al frente.