Interior del Tiger I — Tren blindado en marcha, rumbo al Don26 de enero de 1943
El traqueteo del tren era constante, monótono. Dentro del Tiger, la escotilla estaba cerrada por el frío. El espacio olía a aceite, cuero gastado y acero templado en la memoria.
Llevaban horas sin hablar. Cada uno, encerrado en su propio silencio.
Fue Helmut, el cargador, quien rompió la calma.
—¿Alguna vez pensaste que seguiríamos vivos en el 43?
Konrad, el artillero, encogido junto al cañón, resopló sin humor.
—Yo no pensé que vería noviembre. De 1941.
Ernst, operador de radio, ajustó los guantes y miró la ametralladora frontal con expresión ausente.
—¿Y si todo acaba en Stalingrado?
Falk no miraba a nadie. Solo al cuadro de mandos. Habló sin girar la cabeza.
—Depende de cómo empiece.
Lukas, el conductor, murmuró desde su asiento:
—Y de si el motor no se congela antes.
Los demás sonrieron sin reír. Nadie se burlaba, pero el humor era bienvenido.
—¿Y si no volvemos? —preguntó Helmut, más serio ahora.
Konrad habló con voz grave:
—Entonces seremos uno de esos nombres sin tumba, pero con historia.
Ernst bufó.
—Qué reconfortante.
—Es lo único que hay —dijo Falk.
—No es poco —añadió Lukas desde abajo—. Hay muchos que ni historia tendrán.
El tren vibró más fuerte al pasar por un cambio de vía.
Falk cruzó los brazos.
—Si alguien vuelve, que cuente lo que hicimos. Sin banderas. Sin discursos. Solo como hombres… que hicieron lo que nadie más quiso hacer.
Helmut asintió despacio.
—¿Sabes qué me gustaría? Ver un amanecer y no pensar si van a bombardearnos.
—Yo quisiera dormir en una cama sin botas puestas —dijo Ernst.
—Escuchar una canción de cuando era crío —añadió Konrad.
Todos miraron a Falk.
—¿Y tú?
Falk tardó en contestar.
—Quiero que, si morimos, sea por algo que merezca la pena.
Lukas murmuró:
—Entonces vamos por buen camino.
Y por unos minutos, entre acero y hielo, hubo algo que se pareció a la paz.