Región del Don — 30 kilómetros al suroeste de Stalingrado27 de enero de 1943
El sol apenas se adivinaba detrás de las nubes bajas y la bruma helada. El terreno era ondulado, cubierto de nieve sucia y huellas de batallas recientes. Al fondo, solo se divisaban columnas de humo... y el eco lejano de artillería.
Falk levantó los prismáticos desde la escotilla del Tiger. A su alrededor, el resto del pelotón avanzaba en formación dispersa: el Panther de Konrad más adelantado, los Panzer IV cubriendo los flancos.
—Están cerca —murmuró Helmut.
—Demasiado silencio para estar lejos —añadió Ernst, ajustando la radio.
Lukas, al volante, habló sin girarse:
—¿Qué distancia nos separa de la línea del cerco?
—Veintiocho kilómetros… si nadie se opone.
Justo entonces, algo silbó en el aire.
¡BOOM!
Una explosión levantó tierra y nieve a escasos metros del Panther. Konrad respondió al instante, girando torreta y abriendo fuego hacia las colinas del este.
—¡Emboscada! —gritó Falk—. ¡Desplegad y devolved el fuego! ¡Ahora!
El Tiger rugió. Su cañón apuntó con lentitud deliberada hacia un destello entre los árboles. Un segundo después, Falk ordenó:
—¡Fuego!
El proyectil destrozó una posición de cañón antitanque semienterrada. Restos de artillería y cuerpos volaron por el aire.
Los Panzer IV giraron en abanico y comenzaron a disparar en secuencia. La nieve se teñía de negro. Las trazadoras recorrían el aire como agujas naranjas.
—¡Tenemos más al noreste! —alertó Ernst—. ¡Infantería soviética con fusiles anticarro!
—¡Lukas, avanza veinte metros y frena! ¡Helmut, recarga! ¡Konrad, a la izquierda!
Los engranajes rugieron mientras el Tiger giraba como una fortaleza viviente. Falk se mantuvo de pie en la escotilla, expuesto, sin perder la vista del combate.
—¡Mantened la presión! ¡No podemos quedarnos atascados aquí!
El Panther destruyó un T-34 que intentaba flanquear. Uno de los Panzer IV fue alcanzado en el costado, pero siguió disparando.
Después de casi veinte minutos, los disparos cesaron.
Lo único que quedaba era vapor, nieve chamuscada… y el sonido áspero del motor aún en marcha.
Falk descendió al interior del Tiger. Respiraba fuerte.
—¿Todos enteros?
—Tocados, pero rodando —respondió Lukas.
—Bien —dijo Falk—. Entonces seguimos. Porque esto… solo ha sido la bienvenida.
—
Y así empezó la carrera real. Con fuego. Antes incluso de ver el horizonte de Stalingrado.