Capítulo 78 – El borde del abismo

Altos del Don — Frente exterior de Stalingrado29 de enero de 1943

El terreno se abría ante ellos como una cicatriz en la tierra. Desde la colina, podía verse todo: las trincheras soviéticas, las posiciones fortificadas, los restos humeantes de tanques quemados y el rumor de combate más allá del horizonte.

Y más allá, difusa, la silueta oscura de Stalingrado. Una ciudad sin forma, envuelta en humo y llamas.

Falk alzó los prismáticos lentamente.

El viento helado azotaba su rostro. A su alrededor, el resto del pelotón observaba en silencio. Nadie hablaba. Nadie necesitaba decir lo que todos sentían.

—Estamos aquí —murmuró Helmut, rompiendo el silencio con una voz cargada de incredulidad.

—Y aún no hemos disparado en serio —dijo Konrad, con tono seco.

Ernst, desde la radio, captó fragmentos rotos de una transmisión del VI Ejército. Era caótica, cortada, como una voz al borde del abismo.

—No aguantan mucho más —dijo.

Lukas, dentro del Tiger, soltó una frase simple:

—Entonces no tardemos.

Falk guardó los prismáticos. Respiró hondo. La ciudad ardía, pero no se caía. No todavía.

—Esto no es una entrada. Es una irrupción —dijo en voz baja—. Vamos a romper el cerco. O a morir intentándolo.

Se giró hacia su pelotón. Los ojos se encontraron. Ninguno necesitaba órdenes. Ya sabían qué hacer.

Y entonces, como si el invierno contuviera el aliento, descendieron de la colina.

Ahora sí. Habían llegado.Y el infierno los esperaba con los brazos abiertos.