Capítulo 80 – La grieta

Cuartel soviético del Frente Suroeste — Al norte del sector 9K29 de enero de 1943, 14:00 horas

El mapa temblaba sobre la mesa de campaña. No por el viento, ni por manos nerviosas: temblaba por las explosiones que aún sacudían la tierra, lejanas… pero cada vez más cercanas.

El comandante Borisov observaba los informes con el rostro pálido, el gorro ladeado, las botas aún cubiertas de barro congelado.

—¿Confirmado? —preguntó sin alzar la voz.

—Sí, camarada general. Los alemanes han atravesado el sector 9K. Blindados pesados. Encabezados por un Tiger.

Silencio.

El comisario Sokolov se inclinó hacia el mapa.

—¿Cómo han cruzado sin apoyo de infantería?

—No lo sabemos. Simplemente… cargaron.

Los oficiales se miraban entre sí. Nadie hablaba. Nadie quería decir lo que era evidente:

el cerco se había roto.

En las afueras de una aldea destruida, una unidad de infantería del Ejército Rojo corría sin coordinación. Algunos retrocedían, otros cavaban. Camiones atascados. Tanques sin repostar. Comandantes gritando en medio de la ventisca.

Un capitán con las manos ensangrentadas levantó un teléfono de campaña:

—Aquí Koltsov. ¡Han atravesado nuestras posiciones! ¡No hay tiempo para líneas defensivas! ¡Están avanzando por el pasillo como cuchillo en mantequilla!

15:20 horas

El alto mando reunido en la tienda de operaciones. Vodka sin tocar. Humo espeso. El general Borisov hablaba sin levantar la voz.

—¿Qué nos queda en reserva?

—Un batallón de T-34 medio operativos, dos compañías de artillería móvil, y la brigada de fusileros 284ª. Nada más.

Sokolov escupió al suelo.

—No basta.

—Nunca ha bastado —respondió otro coronel—. Pero seguimos vivos, ¿no?

El general miró a su asistente. La decisión estaba tomada.

—Ordenad a todos los sectores:

“Cerrad la brecha. Usad todo.Si no la cerramos hoy… la ciudad caerá mañana.”

16:10 horas

T-34 acelerando entre la nieve. Camiones llenos de hombres de ojos hundidos. Morteros, fusiles, bidones de queroseno. Todo lo que podía moverse, avanzaba hacia el agujero.

Un oficial soviético al ver el horizonte murmuró:

—Ahí están… los de la calavera.

Nadie respondió.Porque todos sabían que iba a ser una masacre.